Venga, metamos hoy a esta persona en esta categoría, por qué no. Demos unas líneas por primera vez en todos estos años de blog al festival de Eurovisión. Sobre todo porque The code, la última triunfadora, con la bandera de Suiza y la interpretación del joven Nemo, es una gran canción.
No soy eurofan, pero mi hijo dice que él sí, aunque me temo que no. No sé si ser eurofan se demuestra aprendiéndose unas cuantas canciones de la última edición, o algunas ganadoras de otras ediciones a través de vídeos en Youtube, o sabiendo qué país ganó tal año y con qué cantante. Y verlo y cantarlo una y otra vez.
El caso es que a fuerza de escuchar The code repetidas veces me he dado cuenta de su indiscutible calidad al compararla con la más que discutible calidad que en las últimas décadas caracteriza a las seleccionadas por cada país. El tema atrapa, hace vibrar y jadear, impulsado por la épica, sin rastro fruslería, sin pie al ridículo.
Nemo, artista que se define como persona no binaria, siente en cada poro de su piel la fuerza del mensaje de su canción, su verdad, su desafío, sus códigos identitarios; cabalga sobre el brío de la orquestación y se rompe eufórico en el éxtasis de un estribillo digno de triunfo e imposible de olvidar.
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