Algunas bandas no se deben olvidar nunca aunque ya no estén con nosotros. Su música no perece y en ella hay raíces que hoy aún se extienden y nos acompañan. Radio Futura. Fue un grupo que llevé a todas partes en unos cuantos años de la década de los ochenta, con su escuela de calor, el chino, el jardín botánico, los 37 grados y su negra flor. De su obra, limitada a seis álbumes de estudio y un directo, merece un lugar de oro en las vitrinas del pop nacional La canción de Juan Perro (1987). ¿Se han parado alguna vez a pensar lo asombrosamente bueno que es este disco?
Me he reencontrado con esta obra como si regresase a un lugar lejano de mi infancia y lo descubriese tal cual lo dejé, sin ningún cambio, con los recuerdos vivos de un tiempo del que se pierden otros detalles pero no ese lugar en sí, su aroma, su aire. Y ocurre con aquel cuarto disco de los Auserón y Enrique Sierra, del que aún hoy recuerdo (y canto) al 97 o 98 por ciento las letras de Annabel Lee, A cara o cruz y 37 grados, y los acordes precisos de La negra flor, y me pierdo flotante en Luna de agosto y El hombre de papel. El grupo voló a Nueva York para grabarlo y tras la tibieza inicial que se le dedicó, su acogida comercial y crítica empezó a dispararse. En aquellas brillantes canciones descansa el alimento más sabroso del que ha bebido el rock latino. Hoy no sabría decir a qué podría sonar Radio Futura si continuasen activos. Quizá sea mejor recordarlos como la gran banda que fueron.
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