¿Sabíais que Alta Fidelidad tiene versión televisiva? Veinte años después de su entrañable adaptación al cine de la mano de Stephen Frears, la sensacional novela de Nick Hornby, de obligada lectura para todo melómano, adopta formato de diez capítulos de media hora. Vamos al grano: no, High Fidelity, la serie, no está tan bien como la película. Le encuentro un problema evidente: la existencia de una magnífica versión anterior, que para todo aquel que la admire supondrá un lastre con el que cargue el modelo televisivo. No está mal el producto, en realidad, pero el peso del film, del que no se puede desprender, no juega a su favor.
Estamos en Nueva York. Volvemos a tener una tienda de discos (vinilos en concreto), que parece que se siguen consumiendo. Y al frente, Rob, a quien le gusta hacer sus top five y repasa las relaciones afectivas de su vida para hacer frente a la ruptura con la última de ellas hace un año. Esta vez Rob es Robyn, una mujer, una más que aceptable Zoë Kravitz, cuya madre fuera de la ficción, Lisa Bonet, era una de las novias de Rob, John Cusack, en la película de Frears. La también hija de Lenny Kravitz salva el tipo distanciada de los rasgos de Cusack, pletórico como afligido despechado, pero como compañeros de tienda no están a la altura los principales sencundarios, un friki sensible blanco y una alborotadora negra; sobre todo por la falta del carisma que sí les sobraban a Todd Louiso y a Jack Black en la versión cinematográfica.
En fin, la serie es un complemento intrascendente del libro y de la película del que merece salvarse el atractivo de Kravitz. Se ve y se olvida, aunque te vuelvan a entrar las ganas de grabar una cinta... o, puestos al día, confeccionar un play list.
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