Cine y música en comunión. Los sueños dorados, la realidad oxidada. Un idea estimable, un guión cojo, una actriz (y cantante) excelente. Wild Rose.
Rose-Lynne Harlan ama la música country. "Tres acordes y una verdad", reza el tatuaje de su brazo, que toma prestada las palabras del compositor Harlan Howard para sintetizar el alma de country. Pero Rose no nació ni vive en Nashville, sino en Glasgow. Acaba de salir de la cárcel y debe cuidar de sus dos hijos pequeños, que en el último año han estado al cargo de su madre. De nuevo en libertad, Rose-Lynne quiere cumplir sus sueños: cantar, grabar, convertirse en una artista de la música country... sin dinero, como único soporte de sus hijos, sin banda, a caballo de sus impulsos, no siempre convenientes. Porque Rose es un torbellino, una inconformista cuyos sueños chocan con las barreras de su vida, cubierta por el asfalto y la lluvia, sin mullidas alfombras sobre las que caminar.
Si por algo puede guardarse en el recuerdo Wild Rose es por la magnífica presencia de Jessie Buckley, cantante y actriz irlandesa que hace funcionar el film y compensa sus debilidades (argumento esquemático, secundarios simples, buenismo de manual). Cuando Jessie canta, sola o con grupo, baladas tristes y canciones festivas, luce la pasión que su personaje entrega a la música que ama y el poderío emocional de su intérprete. Lo demás, poca cosa.
martes, septiembre 17, 2019
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