Al final, te sientes afortunado. Sumas en tu historial que has visto a Patti Smith. Nunca es tarde. A Patti, sí, mística y furiosa, poética y punk, cabreada con las sombras del mundo y entusiasmada con el público que se entrega a sus canciones. Y nos bendice en las sonrisas de despedida, como una bruja al terminar de expandir sus hechizos, otorgándonos el poder para usar nuestras voces. El pueblo, nosotros, tenemos esa fuerza.
Siempre me ha gustado, como a cierta distancia, con la debida veneración por un par de obras capitales y una larga ristra de canciones memorables. Tenía ayer el cuerpo nervioso desde una hora antes del concierto, en la playa de Riazor. Sí, todavía me ocurre, las cosquillas del gusanillo, antes de estar delante de un grande de verdad, de una leyenda. Y Patti Smith lo es. De principio a fin. Su hijo Jackson con la guitarra eléctrica, Seb Rochford en la batería, Tony Shanahan al bajo y ante el piano. Ella entre danzas y conjuros, flotante y guerrera.
La lista, ejemplar. Wing para levitar, Are you experienced? (Hendrix) para entrar en una dimensión extraña... Ghost dance como meditación, Beds are burning (Midnight Oil) un estallido trepidante, Beneath the seventh cross de una tensión brutal... Pissing in the river magia revuelta, Because the night para compartir, Gloria, gloriosa. Y la gente tiene el poder. Patti Smith nos bendice.
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