viernes, septiembre 30, 2016

SOUNDTRACK 189: MERYL STREEP



No se trata de amor-odio (no creo haberme visto nunca atrapado en este combate de sentimientos con nada ni con nadie), sino de que en ocasiones me parece la más grande actriz del cine y otras veces no la soporto. Meryl Streep.

Carrera y prestigio hacen de ella una institución, un animal de la interpretación capaz de todo y de más. De lo inimaginable. De emocionarte, irritarte, de hacerte reír o enfadar, de querer matarla, de querer abrazarla.

En dos películas recientes ha exhibido una capa más de su asombrosa versatilidad en escena, la musical. En Ricki y en Florence Foster Jenkins se ha convertido respectivamente en rockera con carrera de tres al cuarto y sin familia estable y en penosa pero entrañable cantante de ópera en los años cuarenta en New York. Y en ambos films está bárbara, salvando el primero y reforzando el segundo, capaz de conmover o de arrancarte las carcajadas con un gesto, un tic o una mirada entre su repertorio de recursos.

Odio a Meryl Streep en películas como Agosto, La duda, Evening o El mensajero del miedo. Pero la adoro en La dama de hierro, Los puentes de Madison, Memorias de África o Florence Foster Jenkins.

martes, septiembre 27, 2016

VOLUME ONE 415: BLUE MOUNTAIN (BOB WEIR)

El rostro apenado de Bob Weir me recuerda a alguno de aquellos rostros que retrataba Dorothea Lange para acompañar las crónicas de la depresión, los textos que John Steinbeck describía tras vagabundear con los dueños de aquellas penas y miserias por los valles de California con sus pocas posesiones en la carreta. El tipo que nos mira desde esta foto, despeinado y barbudo, bien parece un hobo en sus horas más bajas, un elemento más de un paisaje de polvo y hambre, de soledad, en blanco y negro cruel y permanente. Esta cara es la portada de un disco en el que resulta difícil no volver al Time out of mind de Bob Dylan. Pero ni Dylan ni Daniel Lanois ni los músicos que pasaban por aquella obra maestra asoman por este excelente álbum de Bob Weir, Blue Mountain (Legacy, 2016).

Nunca he seguido mucho a los fundadores de los Grateful Dead (ni a los Dead, realmente). Weir estaba desde el principio en Astbury Heights, colgado en aquella música interminable en la que el grupo se perdía sin salida. Solo, grabó unos pocos discos, y este Blue Mountain llega tras más de quince años sin publicar. Cuenta que ha grabado canciones que le devuelven a su infancia, a ranchos y hogueras al atardecer, a tierras de cultivo y caminantes solitarios, ríos y praderas. Se siente esa naturaleza al escuchar el disco, sobre todo en esa guitarras profundas y temblorosas, con sonidos que se propagan en eco y acompañan percusiones sencillas y voces relajadas. Su brillante comienzo se añora cuando el álbum sobrepasa su ecuador, menos inspirado y más plano. Pero bien celebrado.

Nota: 7,5/10

viernes, septiembre 23, 2016

LA EXPERIENCIA DE ESCUCHAR ASTRAL WEEKS DE NOCHE EN CARRETERA CUANDO SIENTES QUE LA VIDA ES UNA PORQUERÍA

La otra noche no había ganas de   nada, tan solo de estar en ninguna parte. Pero la noche cerrada caía sobre mí en la carretera. Algo de compañía venía bien, una canción, un buen disco y las emociones que salen de la música. Van Morrison viene bien, siempre ayuda, cuesta creerlo de un tipo tan hosco como él, tan conmovedor al bramar, gemir y balbucear. Qué escalofrío. Nunca he estado en Belfast y aún soy joven, pero en este disco me llega el olor y el clima de sus calles en otro tiempo, las voces de sus gentes, como las que flotan sobre la música hechizada de este álbum tan hermoso, tan de un mundo irreal. Estando alegre o triste, eufórico o hundido, Astral weeks nos dona la música adecuada, perfecta.

Estaba  bien jodido, más por el dolor de mis seres queridos que por el mío propio y Van me animó a creer en la esperanza y a confiar en la fuerza. Unas horas antes nos había dejado: hasta aquí resistió, no pudo más. Era demasiado joven para destrozar nuestro corazón. ¿Quién coño en esta vida se atreve a hacernos daño de esta manera, a portarse tan mal con él? Horas después era ceniza y       ninguno de tantos recuerdos nos lo iba a devolver. Allí donde estés chico, no te olvidaremos.

Un disco de noche en la carretera me ayudó a sufrir un poco mejor.

Para Jesús.

lunes, septiembre 19, 2016

RESPETEMOS LOS GUSTOS

Me quedo con esta frase, yo, que tantas veces he sido vehemente contra los gustos masivos y defendido los laberintos (minoritarios en no pocas ocasiones) de mi singularidad.

Una fan de Celine Dion: “Aunque tal vez no sean cool, aunque bordeen el ridículo en muchos sentidos y no seas capaz de entender cómo alguien puede llorar escuchando una canción de Celine Dion, en mi opinión deberíamos tener más respeto por el candor de la gente… Creo que es bueno que haya cosas que no se pueden explicar.”
 
Ah, nosotros, que hemos despreciado a quien nos suelta que le gusta Mariah Carey o fingido el acto de vomitar al escuchar un elogio a Radiohead… nosotros, que alcanzamos el éxtasis con una vibrante sesión de bebop o nos perdemos en la gloria polvorienta de un viejo canto rural.
 
La lectura de este libro, un ensayo del crítico musical canadiense Carl Wilson, me ha sensibilizado de algún modo con el fanatismo que nos desconcierta, el que no entra en nuestros ¿cabales? esquemas. Somos como somos y lo que admiramos merece tanto respeto de los demás como nuestros gustos merecen el respeto de los otros, por muy contrarios que seamos. En Música de mierda (sensacionalista traducción del título Let’s talk about love. Why other people have such bad taste) el autor toma como punto de partida su aversión a Celine Dion y la aureola de espiritualidad, grandilocuencia y fanatismo creada a su alrededor para indagar en lo que se entiende por buen gusto y mal gusto, no solo musical, sino cultural y artístico, para detenerse en el elitismo y el clasismo o los perjuicios de la cultura pop. En su investigación arroja picajosas conclusiones (quizá atropelladamente a veces), lecturas que casi siempre consiguen mostrarnos un reflejo más o menos certero de nuestra forma de concebir nuestra defensa de los gustos que conforman nuestra personalidad.
 
Hablar de gustos, buenos o malos, y de lo que conlleva expresarlos en determinados ámbitos suscita casi siempre un accidentado debate, muchas veces de extremos y posturas irreconciliables, en el mejor de los casos irónicamente petulantes, en el peor agresivamente intolerantes. Pero ni unos ni otros, con distinto bagaje encima, somos quién para decir lo que está bien y lo que está mal, lo que es bueno o es malo. A mí me gusta y a ti no. Pues de acuerdo.

martes, septiembre 13, 2016

VOLUME ONE 414: SKELETON TREE (NICK CAVE & THE BAD SEEDS)

Con el tiempo he ido apreciando mejor a Nick Cave. Sigue sin ser para mí un músico de referencia, no forma parte de mis favoritos, aunque comprendo la fascinación (y el alto respeto) que su persona y su obra causan en músicos, aficionados y crítica especializada. Admiro un par de discos (Dig Lazarus Dig!, Push the sky away), me gustan temas sueltos de otros trabajos, y no consiguen gustarme álbumes más lejanos; en más de una vez al prestarle tiempo y atención en sus proyectos, con The Bad Seeds, con Grinderman o en bandas sonoras, me resulta agotador, duro. Skeleton tree (Bad Seeds Ltd, 2016) es un buen disco, algo “lánguido” (tomo prestado el calificativo), profundo y por momentos conmovedor.
 
El álbum, cuyo lanzamiento está acompañado del documental One more time with feeling, de buena acogida en el festival de cine de Venecia, ahonda en el dolor con el que el músico australiano ha convivido desde la muerte de su hijo de 15 años al caer al vacío desde un acantilado en Brighton, donde viven desde hace años Nick Cave y su familia. Cuentan que el film muestra de qué modo sobrellevó el autor la tragedia para crear su nueva obra musical y afrontar su propia vida; Skeleton tree transmite ese dolor interior, esa heroica misión de seguir viviendo. Cave habla, gime y musita más que canta temas que parecen levitar entre la tierra y el cielo, su voz parece llenar el vacío de su corazón con la gravedad de una banda sonora dramática. Duele, como cabía esperar, y emociona. Aunque no tengas ganas de volver a oírlo en bastante tiempo.
 
Nota: 7/10

domingo, septiembre 11, 2016

SÍ EN 11-S

En un día como hoy, 11 de septiembre, nace y muere gente, se celebran cumpleaños y se vela a los ausentes, se hacen promesas y se rompen lazos, se crea y se destruye. En el 11-S de hace un año dije sí, sin orquesta ni flores, sin templo, a nuestra manera. Fue el mejor sí que he dicho en los días que me contemplan. Hoy nos besamos antes de zamparnos una tremenda paella y dormimos más de ocho horas como hacía mucho tiempo que no hacíamos. Y digo sí, mamá.

jueves, septiembre 08, 2016

VOLUME ONE 413: SCHMILCO (WILCO)



De los grupos que en vivo te dejan con la boca abierta esperas que también para los discos guarden energías para asombrarte. Pues Wilco parece amodorrado y distante, con un autosuficiente piloto automático y sin muchas ganas de crear canciones o trabajos memorables a su paso por el estudio. En algo más de un año y entre una larga gira de conciertos por USA y Europa la banda ha publicado dos discretos álbumes: el feo Star Wars (2015) y el poco sabroso Schmilco (Anti-, 2016). Y claro, si en junio pasado a uno le revolvieron de satisfacción en el asiento de un palacio para la música, le decepciona ahora que en su nuevo álbum, otra obra menor de apenas 35 minutos, se muestren tan planos y apagados. Con inclinación esta vez por lo acústico, el nuevo trabajo, aunque con algunas piezas destacables (If I ever was a child, Cry all day) y un cosquilleo sugerente que provocan las guitarras ambientales de Nels Cline y los juegos de percusión de Glenn Kotche, deja con ganas de mucho más.
 
Nota: 5/10

martes, septiembre 06, 2016

VOLUME ONE 412: AMERICAN BAND (DRIVE-BY TRUCKERS)

Ocurre que una banda que te gustó en su día te llega a aburrir, a desinteresar. Dejas de seguir sus trabajos. O no del todo, porque confías en que pese a que te haya cansado, en algún momento vuelva a ser la misma que tanto te gustó antes. Y ocurre también que esa misma banda, cuando ya no quieres darle más tiempo de tu vida pero aún mantienes encendida esa fe, se reconcilia contigo, o tú con ella, y celebras de nuevo lo bueno que es disfrutar de su música. El ejemplo más cercano que puedo dar es Drive-By Truckers gracias a su último disco, American Band (ATO, 2016).

Llama la atención que el grupo de Athens, con Patterson Hood y Mike Cooley al frente alternándose las voces y las canciones, haya prescindido en su decimocuarto álbum de sus características ilustraciones de la portada firmadas por Wes Freed y haya elegido el grisáceo paisaje que domina una descolorida bandera americana izada en un mástil. El disco, como muchos de sus anteriores, se presenta cargado de dinamita política y elocuentes relatos y retratos con postales de la vida americana. Lejos de cargar, abandona afortunadamente su discurso reincidente y no da muestra alguna del causar el vacío insustancial que dejaban sus tres anteriores trabajos de estudio (Brighter than creation's dark, de 2008, me parece su última gran obra). Stoniano a ratos, muy Springsteen por iniciativa de Hood, American Band, se mete en el cuerpo tiznado de cierta melancolía, bien frito y con unos cuantos temas para enmarcar (Ever South, What it means, Baggage).

Nota: 8/10

sábado, septiembre 03, 2016

LIVE IN 192: REENCUENTROS

Ahora que me pregunto qué diablos puedo escuchar porque las apetencias se confunden o no saben pronunciarse y porque prefiero dejarme de aventurados experimentos, retomo una antigua acción de rescate: volver a álbumes olvidados de músicos favoritos. Ahora estoy con… bueno, el ejemplo no importa. Me detengo unas líneas a volcar las sensaciones que producen los reencuentros con aquellos discos secundarios a los que la memoria no trae a su primer plano, obras que disiparon su huella en el aire hasta acercarse al olvido y que al regresar a ellas se transforman en trabajos que están mucho mejor de lo que creías o que, por el contrario, lamentas que sean baches firmados por quienes no deseas nunca que tropiecen.
 
Es curioso el efecto evocador que crea la música con solo recuperar un acercamiento a ella. Es como volver a encontrarte con un conocido al que hace mucho tiempo que no tratas y con el que empiezas a recordar aquello con lo que os reíais tanto, días de gloria y diversión que parecen lejanos. Con la música, con estos discos desenterrados, descubres que canciones a las que no prestabas atención son ahora superiores a las que aún recuerdas perfectamente; o que en realidad lo que no te sedujo en su momento se debió a que estaba creado a desgana. Te fijas en cómo entran o salen los instrumentos ahora o después, en el eco del sonido, en trucos de producción o en letras que antes ignorabas. Te metes incluso en el estudio con los músicos para sentirte parte de la química creativa o ser testigo de la pérdida de ella. Y piensas en un artista o una banda tratando de descubrir por qué son una parte (de algún modo) importante de tu vida.