La otra noche no había ganas de nada, tan solo de estar en ninguna parte. Pero la noche cerrada caía sobre mí en la carretera. Algo de compañía venía bien, una canción, un buen disco y las emociones que salen de la música. Van Morrison viene bien, siempre ayuda, cuesta creerlo de un tipo tan hosco como él, tan conmovedor al bramar, gemir y balbucear. Qué escalofrío. Nunca he estado en Belfast y aún soy joven, pero en este disco me llega el olor y el clima de sus calles en otro tiempo, las voces de sus gentes, como las que flotan sobre la música hechizada de este álbum tan hermoso, tan de un mundo irreal. Estando alegre o triste, eufórico o hundido, Astral weeks nos dona la música adecuada, perfecta.
Estaba bien jodido, más por el dolor de mis seres queridos que por el mío propio y Van me animó a creer en la esperanza y a confiar en la fuerza. Unas horas antes nos había dejado: hasta aquí resistió, no pudo más. Era demasiado joven para destrozar nuestro corazón. ¿Quién coño en esta vida se atreve a hacernos daño de esta manera, a portarse tan mal con él? Horas después era ceniza y ninguno de tantos recuerdos nos lo iba a devolver. Allí donde estés chico, no te olvidaremos.
Un disco de noche en la carretera me ayudó a sufrir un poco mejor.
Para Jesús.
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1 comentario:
No es la ridícula idea de no volver a verle... Es que no me hago a la idea de que ya no piense, respire, exista, sea...
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