-Dijiste
que las emociones están sobrevaloradas. Eso es una estupidez. Las
emociones es lo único que tenemos.
Hay
cineastas que con la cámara y el envoltorio que adorna las imágenes,
pero sobre todo con la cámara y el escenario que encierra en un
plano o el movimiento que traza para captar un entorno o acercar y
alejar actores, transmiten sensaciones intensas o consiguen que
queramos entrar en la película entera o ser parte de sus personajes.
Paolo Sorrentino sabe hacerlo muy bien, mover la cámara y atrapar un
clima y ofrecérnoslo para penetrar en él. Su cine es reconocible,
vaporoso, en ocasiones precioso. Me gustan Il divo y This must be the
place; no me gusta tanto su film más alabado y ganador del Oscar a
la película extranjera, La gran belleza.
La
vejez. Los recuerdos. La rutina. La música. El cine. El arte. El
amor. De eso trata La juventud. Si has leído La montaña mágica
sentirás, en el balneario de Davos en el que se encierran unos días
los personajes y en los planos precisa y preciosamente elaborados de
Sorrentino, el pulso ausente de la vida y el espíritu decadente de
la novela de Thomas Mann. Michael Caine y Harvey Keitel (inmensos)
son dos viejos amigos desde la juventud, director de orquesta uno,
director de cine otro, apático de todo uno, atascado en la creación
otro, que repasan sus grandezas y frustraciones en ese balneario
surreal por el que pasan un actor de éxito, una miss universo, un
matrimonio que no se dirije la palabra y el mismísimo estómago
grasiento de Maradona. Sale un estupendo Paul Dano, una sensible
Rachel Weisz y una arrugada Jane Fonda. Y respiran unas imágenes
(montañas, piscinas, plazas inundadas) y sensaciones (un masaje, un
baño al que entra una mujer desnuda, un paseo en la pradera)
hermosas.
Y
la vida pasa. Y todo queda o no queda nada. Ni siquiera las
emociones.