miércoles, octubre 15, 2014

VOLUME TWO 69: THE STONE ROSES


Yo no tuve mi etapa Stone Roses. De hecho, escuché sus discos con motivo de un viaje de unos pocos días que hice a Manchester hace tres años. Ya digo, en el bachillerato, por finales de los ochenta, me desviaba hacia bandas de Londres o pasaba demasiado tiempo en Irlanda mientras algunos compañeros se dejaban cautivar por los embrujos zigzagueantes de los Stone Roses. Ahora me acabo de dar un empacho audiovisual de The Stone Roses con la película británica Spike Island, en la que unos chavales planean un viaje para ir al concierto de reaparición del grupo a comienzos de esta década, y con un documental sobre la banda del magnífico director inglés Shane Meadows (Dead man’s shoes, This is England). Una cosa y otra me han hecho imaginar y comprender el impacto que en su momento causaron estos gamberretes de Manchester.
Con la perspectiva que facilitan las incontables horas de aprendizaje y vicio musical, Stone Roses se revelan como el eslabón coherente que recoge las esencias de grupos como The Cure o Echo & The Bunnymen y allana el terreno para que lo arrase la oleada de brit pop liderada por Oasis. Cuesta creer que sus peleas acabaran con ellos tras solo dos discos cuando los Gallagher se han mantenido juntos más tiempo. Hoy su música conserva el atrevimiento sobrado de sus inicios mocosos, el hechizo espontáneo de sus primeros éxitos y la evasión contagioso que pervive en canciones buenísimas como Waterfall, Love Spreads, Breaking into heaven, Fool’s gold o ese himno efervescente que es I wanna be adored.

Todo eso lo refleja Spike Island y sobre todo el documental de Meadows, The Stone Roses: made of stone, cuando los fans de entonces guardan aún ahora fidelidad inquebrantable a un grupo que estuvo separado durante 15 años y se reunió para volver a llenar grandes espacios y demostrar que nunca han dejado de ser jóvenes.

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