Otra canción monumental de la cosecha. Un temazo en toda regla, un tema grande de banda grande, agigantado en directo en un espacio discreto y acogedor, una cabina de fiebre. Donde Levon Helm ha construido sus estudios, abrigados de la nieve por la madera limpia y cálida. Un graderío, unos simples asientos, el vaho del rock and roll cubriendo la estancia. Y estos tipos delante, muy grandes, músicos con letras mayúsculas a los que los elogios les van quedando pequeños cuanto mayor es el éxtasis que alcanzan sus canciones. Been a long time (waiting on love) es el último gran tema de The Black Crowes, presente en su último trabajo, Before the frost (Silver Arrow, 2009). Y los que le quedan en los años que vienen…
Algunos ya han dejado de sorprenderme aunque no se aparten de sus líneas de estilo, las que me gustaron entonces pero me parecen estancadas ahora, como demuestran Fun Lovin’ Criminals con su último disco. Es un ejemplo. Un caso contrario es el de Clem Snide, con el séptimo álbum a cuestas sólo un año después de haber perpetrado el magnífico Hungry bird. Ahora The meat of life (429 Records, 2010) se presenta como un hermano menos sombrío y con un calado menos profundo que el trabajo anterior, pero igualmente exquisito e inmaculado. El grupo de Eef Barzelay recobra consistencia en su formación después de algunos tumbos recientes entre su personal. Este disco se pega en el oído en cada ocasión que transcurre limpio y sigiloso, con esa voz nostálgica de Eef al servicio de temazos preciosos como Denise, Te meat of life, Stoney, With nothing to show for it o Anita.
Esta es una de las pocas canciones que puedo escuchar hoy en día de Queen sin que me parezca estar viviendo en otra década, aunque tenga tanta facilidad el tema para trasladarme a mis años mozos, a los primeros vinilos, a la radio escuchada hasta las tantas de la madrugada, a mis esfuerzos por aprenderme algunas letras en inglés de memoria. Esta me la supe al dedillo. Under pressure la compusieron Bowie y Mercury juntos en 1981, aparece en el álbum Hot space, del que no recuerdo absolutamente nada que no sea este tema. Estos días la ha rescatado gracias al poderoso directo de Ben Harper y su nuevo grupo, Relentless 7 en el disco de este año Live from the Montreal International. Ese animal que es Harper y su cruda y contundente banda consiguen que Under pressure, en sus voces e instrumentos, no pierde nada del carisma y la nostalgia con que fue bautizada hace casi treinta años.
Como no me vienen a la cabeza últimamente las palabras precisas (o eso creo) y atravieso una incómoda y desconcertante etapa de pereza pero no quiero dejar abandonado este cuaderno que ya empieza a acumular años, decido esta vez juntar en una entrada un breve comentario sobre dos discos de hace poco tiempo que he escuchado en los últimos días. Y me han gustado, los he tenido que saborear con no sólo en una escucha. No me distraigo: Reservoir (Atlantic, 2009) de los londinenses Fanfarlo, y The living and the dead (Anti-, 2008), de la texana Jolie Holland. A los primeros los he descubierto tras esa inquietante cubierta con dos adolescentes de gesto y pose terroríficos. En su sonido grueso y profusamente arreglado se juntan Beirut y Sufjan Stevens, bien compenetrados en canciones my bien elaboradas y de emoción creciente. De Jolie, cofundadora de The Be Good Tanyas, no me gustaban los anteriores álbumes, pero este es otra cosa, es liso y sutil, cálidamente atmosférico por el efecto de sus colaboradores, Jim White, Marc Ribot y M. Ward. Dos discos buenos y bonitos.
Define la Real Academia Española: “En la moral católica, deseo de bienes terrenos y, en especial, apetito desordenado de placeres deshonestos”. Depende del momento. En este momento… hay piel rasurada, tacones altos y botas hasta las rodillas, comida resbaladiza, incisivos separados, coletas de colores, tobillos desnudos, ropa de gimnasia, tatuajes en el cuello, una perla en la nariz, dimensiones compensadas o desequilibradas, aliento a manzanilla con limón. No me sirve nada. Sólo tal como eres. Tu concupiscencia.
El otro día localicé un programa de blues en una emisora musical y aproveché el tiempo que me ocuparon mis obligaciones caninas para recuperar la esencia primitiva y hechizante del blues a través de las piezas originales de varias canciones versionadas por los Rolling Stones. Y rescaté también, días después, a una intérprete de blues moderno que a su vez recuperó o a los Stones, con su You got the silver como arranque de su disco Hope and desire (Verve Forecast, 2005). Hablo de Susan Tedeschi. Una mujer muy interesante, diestra guitarrista dotada de una voz contundente y personal, esposa de Derek Trucks, aventajada autora de la escena bostoniana desde que era una adolescente.
Había escuchado antes dos trabajos de Susan, el primero y el último, el estupendo Just won’t burn (1998) y el inferior Back to the river (2008). Hope and desire, su cuarto álbum, se beneficia admirablemente de la abrigada producción de un maestro como Joe Henry (desconocía hasta la fecha esta asociación de músicos) y destila un poderoso brío de blues, soul y gospel armoniosamente cocinado en la carne de otras versiones de artistas como Bob Dylan, Jerry Merrick, Otis Redding, George Jackson o Iris DeMent. Es un disco lujoso y hermoso, un acompañamiento caluroso para el frío exterior e interior.
Unas pocas películas me han hecho salir contento del cine este año y Crazy Heart, Corazón rebelde, es una de ellas. Jeff Bridges, con su presencia imponente y unos trazos de personaje entrañable y memorable, es el principal responsable de que este film simple y comedido, amable y reservado, se gane un profundo aprecio, superior al que también merecen obras dignas de mayores elogios de otro tipo. Pero esta es la historia de un cantante de country en decadencia, descuidado y a la deriva, incapaz de sopesar la idea de sentar la cabeza y cuidarse hasta que aparece en su vida una mujer, y no una mujer cualquiera. Y este argumento me tira demasiado, simplemente. No le pido otra cosa.
Bridges se acaba de llevar un Oscar a su casa absolutamente merecido, incuestionable, el premio a toda una carrera plagada de buenas interpretaciones incluso en flojas películas, y alguna actuación, como esta, sublime, conmovedora. Su Bad Blake es una piltrafa con un corazón de oro, rebelde pero cansado en el escenario, reacio a seguir escribiendo canciones hasta que se da cuenta de que la posibilidad de que ocurra un milagroso giro en su existencia bien merece convertirse en una nueva canción. El descaro de su lengua, el cansancio de sus palabras y la conformista tristeza de sus ojos descubren un personaje al que Jeff Bridges confiere un dramatismo enternecedor. Enorme trabajo de un actor muy grande.
Me resisto a pensar que los cds van a desaparecer, por eso los compro cada cierto tiempo, no tantos como quisiera, aunque últimamente son pocos los que me apetece comprar. Ahora quiero gastarme la pasta en aquellos de Dylan que me faltan en formato original, muchos de ellos a muy buen precio y reeditados recientemente. Tengo algunos en vinilo, otros guardados en alguna parte en cassete, la mayoría en cd (incluso en colecciones entregadas por periódicos), y algunos de estos todavía copiados con sus carátulas fotocopiadas. Ahora de lo que tengo ganas (será a porque sólo me puedo fiar de las divinidades) es de tenerlos todos como se nos ofrecen en las tiendas. El otro día compré The Freewheelin’ (y John Wesley Harding y Desire), el segundo álbum de Bob Dylan, un disco de hace casi 50 años, de 1963.
Su portada es una ternura: el chico recién llegado a la ciudad, ella, Suze Rotolo, agarrada a su brazo izquierdo de paseo por la calle, enamorada y sonriente, con miedo a soltarse, helados de frío los dos y con poco abrigo encima. Caminan por una calle del Greenwich Village de New York, libres y felices, tan jóvenes que todavía no saben del daño que se pueden hacer. El chico se lo haría a la chica y se lanzaría al mundo, a la carretera, al hogar de un mito. Dentro hay canciones de amor, canciones protestas, blues hablado, denuncia, abandono, nostalgia, deseo, sueño. Muchos temas los ha trillado la historia y sus contextos. Otros son tesoros (Bob Dylan’s dream, Corrina, Corrina, I shall be free, Girl of the North Country) que engrandecen desde un segundo plano un disco inmortal.
Pasan, corren los meses, y luego los años. Y nosotros corremos. Y aquí seguimos, en este lugar. ¿Por? Por lo que sea: porque siempre se encenderá una pantalla generosa con una risa o una lágrima que compartir; porque siempre invadirá el silencio una melodía irrepetible; porque tendremos emociones a flor de piel y no querremos guardarlas bajo llave sin poder sentirnos dichosos; porque cada día existe alguien a quien dedicar una palabra distinta, entregar una caricia y regalar un beso.
Me dicen: “Estos tíos tocan demasiado bien”. De acuerdo. Oigo decir, con un aire de difuso malestar, o por lo menos incomodidad: “Es que parece un disco de este grupo cantado por otra persona”. También coincido. Y no hay nada de malo en ello. Con Calexico nos hemos topado, y es motivo de celebración, faltaría mas. Burns, Convertino y unos cuantos amigos y colaboradores envuelven con su variedad de instrumentosy su espíritu fronterizo, sus áridas evocaciones y su calurosa interpretación, el disco que Amparo Sánchez firma con su nombre, Tucson-Habana (2010), después de haber desarrollado unalarga carrera al frente de Amparanoia.
Una gozada marca de la casa, con inclinación latina por las tendencias de la vocalista jiennense, esa especie de Anna Magnani entrañable y dolorosa. Entre la arena de Tucson y el asfalto de La Habana navega este álbum bello en cada escucha, profundo de voz y letra, mestizo en cada giro instrumental por obra y gracia de dos tipos absolutamente geniales y una mujer de bandera. Tremendo placer dejarse acunar por Mon ami, mon amour, Aquí estoy, Mi suerte o La gata bajo la lluvia (o el Tom Waits noctámbulo transformado en mujer).