Será porque he crecido con ellos, cubriendo etapas de mi vida y del camino que la música me ha ido marcando en mis ratos de ocio, acordándome de amigos o pensando en alguna chica con alguna de sus canciones como banda sonora, por lo que me niego a enfadarme con Pearl Jam. No pienso hoy lo mismo que hace seis días, cuando le quité el plástico al disco para iniciar un nuevo viaje. Entonces le dije a mi hermano y a un pearljamófilo de confianza que Backspacer (Island, 2009) me había decepcionado, que no tenía canciones memorables, que era insípido, bien armado pero sin cuerpo interior, tirando a discreto y olvidable. No voy a decir ahora que opino todo lo contrario porque es probable que dentro de bastante tiempo piense que este álbum de la banda de Seattle sea quizá el más perdido en la memoria de toda su fenomenal discografía. Pero a base de escuchas cada vez más atentas le he ido encontrando a Backspacer un encanto auténtico que me costó advertir en la primera sesión.
Dieciocho años después de su antológico bautismo con Ten, la banda americana de rock más resistente de la nacidas a comienzos de los noventa dan una pequeña marcha atrás para tratar de sentirse jóvenes y transmitir a sus seguidores la energía de esa jovialidad. Lo revelan las viñetas de la portada, el enchufadísimo arranque del disco, con el contagioso single que es The fixer, los arrebatos ramonianos de Got some y Supersonic o la inmediatez de un conjunto que sólo llega a los 35 minutos de nuevas grabaciones. Otros momentos, a veces sólo fragmentos de canciones, alcanzan chispas de grandeza, como Amongst the waves, Unthought known o Force of nature, temas que seguro que mejoran un mundo en directo. Lo demás es prescindible. Pero, qué cojones, son Pearl Jam, reunidos de nuevo al abrigo de Brendan O’Brien, y que sigan ahí, sin perder el equilibrio en el filo, mayores pero todavía tan jóvenes, siempre es una buena noticia.
Nota: 7/10
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