Este señor acaba de llegar a los 80 años. Su alma lleva más de treinta años trastocándome, el tiempo que ha pasado desde que empecé a entrar en su música, desde aquel presente hacia atrás y después hacia el momento de ahora: perdiendo la cuenta, desconectando y volviendo a alcanzarlo, enfadándome, asombrándome, según el viento caprichoso sobre el que siempre ha cabalgado Neil Young y sus colegas. No habrá una semblanza en las siguientes líneas, no tocan hagiografías. Solo unas cuantas ideas, recuerdos y emociones.
Fue con Harvest moon como empezó, su aroma de campo al atardecer, aquel bienestar. Los VIPS vendían aquel y otros discos suyos, que fueron cayendo a distinto ritmo: Neil Young, Zuma, Everybody knows..., Weld, Tonight's the night, Harvest, Comes a time... Y luego Sleeps with angels, Mirrorball y esa cuenta confusa de trabajos oficiales, discos descartados y archivos recuperados. Dejé hace tiempo de seguir el orden, me conformé con actualizarme según me apeteciese, preferí volver a sus canciones, las que todos conocían y de las que casi nadie se acordaba.
Me encantaba verlo tan atrás con los flecos largos de su chaqueta en Buffalo Springfield, el arrinconado en CSN. Medio siglo después no acierto a quedarme con una banda por encima de la otra. Imponía su altura, la mirada colgante, las veces en que su guitarra temblaba nerviosa o sonaba con mansos destellos acústicos. Una vez estuvo en mi ciudad y yo me planté en la segunda fila. No traía fresco su mejor disco, pero allí con Ralph, Billy y Poncho se apiñaron los unos a los otros de espaldas al público para hacernos parecer que eran insuperables.
Y quizá Neil lo sea, único, insuperable en su especie. El músico que ha hecho lo que le ha dado la gana, en sus caprichos, sin concesiones, tosco hoy, delicado mañana. Mr. Soul. Padrino de unos, norte de otros, genio de sí mismo.

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