Ahora que nos hemos ido de lecturas por Birmingham, fábrica natal de Ozzy, no está mal recordar que en los paisajes grises de las Midlands también crecieron Traffic. Puedes imaginártelos: cuatro chavales de poco más de 20 años, uno aún andaba por el final de su segunda década de vida, músicos en la adolescencia, entre el prodigio y el anonimato. Llegaron a vivir juntos en el campo para fortalecer los vínculos de la comunidad creativa, pero los nudos se desataron con frecuencia, algunos querían volar en libertad. Winwood, Mason, Wood y Capaldi formaron un cuarteto de esos cuya música combina colores sin desentonar en la mezcla. Su unión cromática era irresistible, capaz de adherir a los psicodélicos, atraer a los rockeros, seducir a los progresivos y, a la larga, engatusar a los jazzísticos.
Allá por el 68, Mason abrió la puerta y dejó al grupo apañado en trío. En vivo no era sencillo funcionar como tal, con Winwood usando pedales en su órgano para hacer sonar el bajo mientras cantaba, otra veces agarrando la guitarra, Capaldi en la percusión y Wood con el saxo o la flauta. Mason se reconcilió, luego volvería a darse el piro. Pero en el tiempo en que fueron de nuevo cuatro grabaron su tercer álbum, Traffic. Lo dicho: una amalgama que en su heterogeneidad consigue ser homogénea, satisfacción de unos gustos y de otros. Un disco fantástico, como esos que ya no se hacen.

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