Ante todo, mi respeto, y una admiración (aún) que se marchita. Pero, ¿desde cuándo no ofrece Clapton un disco bueno de verdad? Me refiero a más que bueno, a algo a la altura de una leyenda que le ha permitido ganarse ese respeto y admiración como tal. ¿Aquella alianza con BB King, aquel disco con JJ Cale, aquel directo con Steve Winwood? Aquello tenía brillo, sí, pero eran cosas del 2000, el 2006 y el 2009. Pero para encontrar un disco de estudio mayúsculo tengo que regresar a 1977 con Slowhand, y si quiero uno de gira para pinchar varias veces, al año 80 con Just one night.
Mientras, mientras, Eric Clapton se me va difuminando. Le ocurre a algunos de sus coetáneos, a nombres de la misma liga que se hicieron viejos hace ya mucho tiempo, con los que me cuesta empatizar (con otros mantengo un romance que, celebro, no perece). Este señor sentado en la mesa de un bar mientras espera a que se le enfríe el café, con la mirada vacía e incierta clavada al frente, anonimizado bajo un sombrero contra la lluvia... es Clapton, tan anodino como hoy es la música que aún crea.
En este Meanwhile que pone el mercado a la venta hay unos pocos temas nuevos (insulsos), unas cuantas versiones (sin motivo: Moon river, Smile, Always on my mind) y duetos grabados en los últimos años que no llegaron a encontrar espacio o coherencia en un disco. Lo que hay también es muy poca emoción, quizá la poca que late se esfuerza por justificarse en las tres colaboraciones con Van Morrison. Lo que queda después es la sensación de reencontrarse con un Clapton con el que ya no te esperabas, rastro lejano de uno de esos héroes del pasado del que casi nos habíamos olvidado.
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