No asistí a este concierto ni a ninguno de los de aquella gira, la del álbum Us de 1992. Las sensaciones, fabulosas, las atrapo a través de la grabación de una de aquellas actuaciones a finales del 93 en Módena, que sirvieron para el documental musical Secret World Live. Me habría gustado estar allí, absorto por la coreografía original, a ratos deslumbrante, a veces incómoda pero también calculada y dinámica con la que los músicos, entre fragmentos trascendentales, se lo pasaban tan bien saltando y bailando en el escenario.
Peter Gabriel era entonces un genio preciosista y perfeccionista, algo que no ha dejado de ser desde que pareció convertirse en un monje encerrado en su espiritualidad, retirado del negocio hasta tardar veinte años en crear nueva música. Pero el Gabriel de hace tres décadas, el de la gira Secret World, el que más se añora, te aturdía con Digging in the dirt, te llevaba a la euforia con Sledgehammer, te humanizaba con Solsbury Hill o te enternecía con Don't give up. Este es, repito, uno de esos conciertos que no me hubiera perdido.
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