A día de hoy, que sepamos, nada se espera de Tom Waits; y si su producción cada vez más escasa nos trajese un nuevo capítulo cualquier día de estos, seguro que llegaría por sorpresa. La alegría no sería posible de medir.
Pero hoy vuelvo a Tom Waits, no sé por qué el cuerpo me lo ha pedido; hace falta que te lo demande ¿el estómago?, o ¿la necesidad de sorprenderte con lo que tanto admiras? Para este tipo no caben respuestas, no se admiten explicaciones.
Bone machine (1992), por ejemplo, que siempre pareció un álbum agazapado, discreto, a finales de la época Island y antes de entrar en Anti-, cuando es en realidad un excitante cajón de travesuras, aullidos y escorzos del mago Waits.
Siniestro, retorcido, chirriante, turbio, arrebatador (Dirt in the ground, Murder in the red barn, Goin' out West, Black wings)... Ahí está Tom desde un garaje o un taller, rodeado de polvo y moscas, su garganta ardiente como la de un prestidigitador del infierno.
En este punto del partido, te reencuentras con el equipo del que siempre fuiste devoto y al que dejaste un tiempo abandonado, y la euforia te puede y te eleva mientras tu grito ciego se entrega a un dogma que tiene el nombre de Tom Waits.
2 comentarios:
Esto es una obra maestra sin paliativos ... al menos para mi y mi retorcida mente
No esperaba menos, jajajajajajaajajaaaa
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