Es posible que Ronnie Lane sea uno de esos músicos cuyos admiradores no admiten que caiga en el olvido, que siempre que pueden ensalzan la grandeza de sus creaciones. Me apunto al grupo. El brindis por Ronnie es eterno, conviene alzar la copa cada cierto tiempo y dejarse hechizar por las suaves y melancólicas corrientes de sus canciones, aquellas que tenían su voz en Faces (Debris, Glad and sorry, Ooh la la) cuando Rod Stewart se echaba a un lado y las que cantó solo o con su grupo Slim Chance en los años siguientes (Just for a moment, Annie, The poacher, Roll on babe).
Ronnie estuvo en la fundación de Small Faces junto a Steve Marriott, fue una de esas cinco esquinas prodigiosas de los Faces (el grupo desaparecido hace mucho tiempo que más me hubiera gustado recuperar) y al apartarse de aquellas bandas trabajó en la música que quiso y como quiso, rica en matices, con un aire de tristeza nostálgica que salía de la combinación deliciosa de instrumentos de cuerda que, aunque en la distancia de su exilio, siempre remitía al verdor inglés. Una enfermedad degenerativa lo fue consumiendo hasta que se apagó. Cuando enciendo su música continúa pareciéndome primorosa.