Esta es otra de las historias que me seducen: la del artista con sentimientos a la deriva que se aisla en la renuncia a cuanto le ha hecho triunfar, lejos del contacto y vencido por el desafecto, por la ruptura del amor. Huyó de los remolinos, de la vorágine, y se entregó a la reclusión y a lo que las emociones le dejasen, alguna vez, componer. Unos cuantos artículos se han ocupado del destino incierto de Damien Rice, del misterio que encierra una carrera prometedora que se estancó, quizá atascada en un gran nudo sentimental donde se junta la tristeza, la melancolía y el dolor. Esa pesadumbre envuelve las canciones de los tres únicos discos de este irlandés. Cuando el sol sonreía a Damien Rice entre las nubes espesas que cubren su música (buf, hablamos de 2002) y gozaba de la cálida compañía de Lisa Hannigan, a este hombre le salían canciones tan buenas como Volcano. Pero no, no lo echo de menos.
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