Permiso (breve) para recuperar a Coldplay. Pensé que nunca más pasarían de nuevo por este blog, que después de sus penosos álbumes de esta década (Mylo Xyloto y A head full of dreams, sobre todo) no volverían a merecer mi atención, y que con nadie iba yo a mantener una conversación sobre este grupo desinflado, ahogado en una mediocridad cómoda y acaudalada, triste despojo de una banda que en la década anterior, y me reitero, sí firmó discos excelentes. Que hoy, tras los recientes descalabros, hayan acabado un disco decente, es para mí noticia.
Debió de ser una tímida corazonada lo que me ha hecho concederle una oportunidad de gracia a Everyday life, sí, lo nuevo de Coldplay. Este es el trabajo más desconcertante del grupo, que se olvida de pobres canciones empalagadas de noñería y buenismo, cargadas de versos y coros para el babeo de los grandes estadios, y camina esta vez en distintas direcciones, no sé bien con qué criterio. Esto es lo que choca del disco, con muy pocas concesiones y escasamente comercial, que se permite breves piezas casi desnudas y arrimadas al gospel y al blues, introduce voces en otros idiomas y fragmentos ajenos y se permite un interludio de medio minuto (trinos en la naturaleza) dividido en seis cortes. Y aunque hay un par de temas que se dejan afectar por el buen rollismo azucarado del grupo que debilitan el final del álbum, hay otro par deslumbrante (Trouble in town, Arabesque) y un resto de repertorio digno. Quizá no se han perdido por completo.
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