Cumplir con la cita 'bootleg' anual de Bob Dylan me lleva esta vez a álbumes por los que ha pasado justo medio siglo, John Wesley Harding (1967) y Nashville Skyline (1969), paradas en suelo country sobre el que Dylan se refugió para recuperarse del accidente de moto sufrido en el 66 y exiliarse en el sótano con el grupo aquel que pronto se harían llamar The Band. El paréntesis sacó al músico de la fiebre de su popularidad y lo introdujo en espacios musicales que huían de la psicodelia imperante. El autor no quería la fama y se escondía en los parajes naturales de Woodstock; era un hombre de campo de aspecto humilde, un ser anodino que cambiaba el aspecto y la voz. Daría un nuevo paso en otra dirección, también admirable.
Me paro en John Wesley Harding. El disco toma el nombre de un forajido del siglo XIX al que se le añade la 'g' final en el título y retrata con Polaroid en la portada a Dylan sin el alboroto de sus rizos rodeado de dos músicos de Bangladesh y un carpintero del lugar. Produce Bob Johnston, un hombre apegado a Nashville y al country, y solo tres músicos refuerzan al autor: el baterista Kenny Buttrey, el bajista Charles McCoy y el guitarrista Peter Drake, que apenas compartieron nueve horas en tres sesiones con Dylan. El álbum no ha perdido para mí la acústica frescura misteriosa que intuyo tuvo cuando apareció y que sentí cuando lo escuché por primera vez. Me encantan temas como I pity the poor immigrant, The wicked messenger o I dreamed I saw St. Augustine. No olvidemos que en este disco flota la mágica All along the watchtower, poco antes de que empezase a ser electrificada para la inmortalidad.
(Las versiones distintas de algunos de estos temas que aparecen en Travelin' Thru: The Bootleg Series vol. 15, no desmerecen de las originales).
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