¿Cuántos
de ustedes creen como yo que si a este álbum le quitamos tres de
esos cuatro extraños temas, caprichosos experimentos que lo
deslucen, obtendríamos un disco casi perfecto, próximo a ser tan
redondo como Ten o Vs.? Les trato de usted por el tiempo que ha
pasado desde Vitalogy (1994), veintidós años que han visto
convertirnos a quienes entonces pasábamos de todo y no pensábamos
en el futuro en acomodados (en la medida de nuestras posibilidades)
ciudadanos preocupados por nuestro entorno y asentados en un piso con
esposa e hijo(s), con hipoteca o alquiler en la mayoría de los casos
que conozco; y no sé, me descoloca que me envejezcan tratándome de
usted cuando aún me veo tragado por una multitud sin dejar de saltar
delante de Eddie Vedder. A veces nos descamisamos e imaginamos que
nos lanzamos al público de las primeras filas para empaparnos del
sudor duradero de Pearl Jam. Sí, y actuar así y experimentar eso
resulta muy muy sano.
Pues
eso, que Vitalogy está muy bien. Hoy aún suena directo y tremendo.
Era el tercer disco de la banda y, como los anteriores, volvió a
vender un porrazo de copias. PJ estaban en la cima del éxito, con
Nirvana en la tumba, todo el mundo hablaba de ellos aunque aquello
del grunge no fuera más que un invento y un nombre para vestir de
otra manera las múltiples caras del rock. Vitalogy despega con una
furia punk (Last exit, Spin the black circle) que salpica más
adelante (Whipping, Satan's bed) y cuando se tranquiliza pone los
pelos de punta (Immortality). Gran parte de sus temas ya los había
tocado el grupo en bolos de años anteriores y algunos como Corduroy
o Better man se convirtieron desde entonces en momentos pletóricos
de futuros conciertos hasta el día de hoy. McCready confiesa que
apenas se acuerda de la grabación del álbum, tenía graves
problemas de alcoholismo. Y Vedder y el batería Dave Abbruzzese no
se llevaban nada bien, por lo que fue reemplazado por Jack Irons. Aún
quedaba mucho por contar. Espero que aún quede mucho.