Las memorias de
Neil Young, vivencias, recuerdos, pasiones y reflexiones, están narradas con la
singular coherencia con que transcurre su carrera musical, agitada por el
viento de la libertad. Cuando a Neil le apetece meter ruido improvisa con sus
Crazy Horse, cuando prefiere descansar en una pradera su acústica y su harmónica
son una delicia. Pues este libro es igual: lo que escribe Neil lo hace a su
libre albedrío, saltando en el tiempo, hablando ahora de sus hijos y a
continuación de sus coches, luego de sus años con Buffalo Springfield y después
de su obsesión por crear un sonido de reproducción musical perfecto. Más tarde
vuelve a los coches, a sus hijos y a sus mujeres, o a su granja, a Hawai, a los
amigos más cercanos (Ben Keith, David Briggs, Larry Johnson, Elliot Roberts), a
Buffalo y CSN, a Canadá, a la marihuana o a la enfermedad y la muerte que son parte
de la vida. En ese aparente caos está su propio orden. Y así aprendes a querer
a Mr. Neil Young.
No ha sido la
primera vez que buceo en su vida, ya había leído una buena biografía de Ignacio
Juliá hace años. Ahora quería leer sobre su vida y su música a través de sus
propias palabras. Empezó a escribir las memorias hace poco, antes de esa doble
ración que fue Americana y Psychedelic pill, él dice que estaba atascado, que
no componía, que había dejado de beber y de fumar. Neil escribe como siente,
sencillo, a veces tosco, se repite, pero es auténtico y agradecido, como su música,
incluso cuando ha patinado de lo lindo. Pero esa música es un legado magistral,
una parte bien gloriosa de la historia del rock. De nuestra historia. O al
menos de la mía.
Gracias Neil. Keep on rockin’ in the free world.