Hoy he vuelto a un festival, uno de tantos que llenan el verano de música, evasión y consumismo mecánico. Uno de los dos días de conciertos. No me interesaba nadie en el cartel. De más de la mitad no he escuchado ninguna canción, aunque ya han venido otras veces a mi ciudad, donde los promotores se empeñan en traer a los mismos artistas uno o dos años después de su anterior actuación, en este o en otro festival. ¿Entonces? Había que ejercer de compañía, y el coste fue... no tuvo coste alguno (beneficios de la comunicación), salvo el vaso que te compras con el nombre del festival para que consumas agua o refrescos al doble del precio normal y te quedes el objeto como recuerdo. Mientras caminaba hacia la zona de los escenarios nada más entrar me preguntaba cuánta público con mayor edad que yo habría. Localicé unos pocos. Cogimos sitio cerca, luego nos echamos un poco hacia atrás, un buen lugar desde el que ver las pantallas. Nos empezó a rodear la purpurina, los outfits de festival contemporáneo, público de un lado a otro sin interés por quien actúa tratando de que no le caiga al suelo el trozo de pizza o el vaso de cerveza, público al que sí le interesa quién actúa porque no tarda más de dos canciones en elevarlo a la categorías de las/los diosas/dioses...
Entonces recordé aquellos festivales a los sí fui porque me gustaban los músicos, solo o acompañado, y me acordé de muchas de aquellas actuaciones (Ben Harper, The Cult, Wolfmother, Pearl Jam, Bruce Springsteen, Eagles of Death Metal, Guns N Roses, Noel Gallagher, Wilco, Gomez, Beck, Tom Petty & The Heartbreakers...). Y en esos momentos de nostalgia arenosa, de presente oxidado, me dije en voz alta sin que nadie me escuchara: ¿Qué coño hago yo en esta mierda?

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