La historia la conté alguna vez en este cuaderno, la de la tienda de discos donde la música me llamó a su tribu. Se llamaba Portobello, allí pasamos de niños a adultos con canciones que fueron cadenas y lazos que nos ataron para siempre.
Jaime era su dueño, hablaba con nosotros, nos guiaba, contaba historias que no sabías bien si eran fábulas o certezas, tomábamos café, hablábamos de películas. Él ayudaba a los músicos de mi ciudad. Y nos vendía discos, por supuesto.
Murió hace cuatro años, estaba enfermo. La tienda llevaba años cerrada. La música la comprábamos en otra parte, o no la comprábamos. Nos acordamos de todas aquellas tardes que pasábamos en la tienda, con palabras, con discos.
Hace unos meses empezaron obras en el local, que perdió su antigua pintura, su logo, su esencia. La reforma llega a su fin. ¿Y sabéis qué? Que en su lugar habrá una pequeña escuela de música que está a punto de abrir. Se llamará Portobello.
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