Hubo una vez una banda de rock en mi ciudad que se llamaba Ultracuerpos. Tocaron juntos seis o siete años, al comienzo de este siglo, y publicaron tres discos. Bueno, en realidad, cuatro de los cinco miembros siguieron juntos con otro nombre y como grupo de versiones de canciones de Elvis, Carl Perkins, Little Richard, Cochran y compañía hasta el día de hoy. Aquella alineación original de Ultracuerpos se reunió este fin de semana sobre un escenario, la acogedora sala Garufa Club, para reencontrarse consiga misma y con un tributo como argumento, un recuerdo a un malogrado músico.
Hubo una vez un tipo llamado Mark Lanegan que vivió en el lado salvaje del grunge, un superviviente de los excesos capaz de conmover con la hondura siniestra de su voz, un hombre que se hizo respetar vestido de crooner de las sombras, de experimentador sonoro tiñendo sus canciones de blues industrial, de rock electrónico, de folk etílico y polvoriento. Hasta que las enfermedades acabaron con él para llevárselo de esta vida en febrero del año pasado.
Los Ultracuerpos, resucitados como quien regresa de un breve viaje, revivieron anoche a Lanegan. Poderosos ellos, impecablemente unidos para agrandar el nombre y la figura de un añorado músico que fue parte de nuestro crecimiento y al que seguimos admirando hasta el inifinito.
* Foto de V. Casteleiro
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