Los autores de canciones deberían tener en Jackson Browne una parada obligada, una asignatura clave en su historial académico. Sus cinco primeros álbumes, entre 1972 y 1977, son temario inexcusable, materia que hay que aprobar. El joven Browne, mimado en Los Angeles por cantantes y productores, admirado por prensa y audiencia, asombraba con textos maduros que llenaban canciones melancólicas sobre la soledad, el abandono, el aislamiento, el desamor. Me gustan mucho aquellos discos, quizá Late for the sky y The pretender un paso por delante de los demás. Pero al entrar en los años ochenta a Jackson se le fue olvidando y tampoco él hizo mucho por resaltar ni para bien ni para mal. Sus letras se diversificaron sin olvidar la desazón de siempre y ya no volvió a firmar discos memorables. Hay alguna excepción, esta es una, The naked ride home, de 2002. En el fondo, el autor no se aparta de los rasgos que definieron su identidad y continúa construyendo exquisitas canciones. Se le puede reprochar cierta falta de osadía, la que en realidad le ha impedido estar con el paso de los años en la primera división del pop rock americano, pero uno no puede negar la facilidad con que se deja entregar a temas brillante (The naked ride home, Walking town, Sergio Leone) de su mejor cosecha.
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