Pocas o ninguna mujer del rock, el pop y demás desprenden tanto misterio, excitación, viciosas costumbres y a la vez ternura como Marianne Faithfull. A la Faithfull de hace un buen tiempo, me refiero, antes y después de ser la chica de Jagger, la musa, la compañera de camas. No hay más que verla en la sesión de fotos para Broken English (1979), bañada en neón azul, el flequillo sobre los ojos, la carne atrevida de los labios, la sombra del brazo que esconde la vista, el cigarro fugitivo… todo eso puede más que desnudos sobre bolas de demolición, bikinis apretados y lenguas inquietas para ponerla dura, niñatas.
El álbum,
el tercero que Marianne grababa después de diez años de exilio musical, de rondas
frecuentes de sexo y drogas, catapultaba su figura audaz y recompuesta, sobre
la que propagaba una aureola de respeto e integridad. Mark Miller Mundy, el
productor, lijó las canciones con recursos que entonces manejaba la etiqueta
new wave y los teclados de Steve Winwood creaban atmósferas inquietas,
juguetonas. El repertorio tiene bombas poderosas, como las descaradas Broken
English y Brain drain y la pornográfica Why’d ya do it?. Y no nos olvidemos de
esa preciosidad que es Ballad of Lucy Jordan.