Me dura varios días el asombro y el placer. Se lo debo a Bill Callahan y a su Dream river (Drag City, 2013). Un discazo colosal.
Ojo, no
es fácil sintonizar de inmediato con su atmósfera. Por el tono aletargado de la voz, las palabras arrastradas
que parecen recitadas y no cantadas, el aire adormecido en el que se suspende la
música. Donde Nick Cave pone la furia incluso cuando descansa, Bill Callahan se
lo toma con parsimonia. Yo conecto entre la segunda y la tercera escucha. Entonces es cuando me dejo
llevar, sumergido en el remolino tranquilo y enigmático por el que fluye su música
climática. La riqueza de detalles instrumentales (congas, flautas, percusión,
cuerdas malabares) va descubriendo capas prodigiosas de música y dibujando canciones
extraordinarias (Spring, Ride my arrow, Summer painter). Dream river me anima a
consagrar a Callahan, a recuperar su fértil obra anterior con Smog. Y a celebrar
su solemne genialidad.
(Willard,
¿le darás otra oportunidad?)
Nota: 9/10