viernes, diciembre 27, 2013

GREATEST HITS 155: DEAR FRIEND (JONATHAN WILSON)


Con el oído, la memoria y las sensaciones puestas en los centenares de discos nuevos digeridos este año, me sale un 2013 musical estupendo. Cada gran disco que he disfrutado guarda una o más canciones excelentes, temas que levantan varios metros del suelo o recorren las entrañas instalándose en un estado de éxtasis inmaculado y purificador. En la gloria. Nuestro querido rock and roll, por fortuna, sigue siendo un regalo y un vicio milagroso.

Elijo este Dear friend para cerrar el año, sobrevolando en un sueño los desfiladeros del Gran Cañón a lomos de Jonathan Wilson y su crisol de guitarras mágicas. Feliz año nuevo a todos. 

martes, diciembre 24, 2013

BONUS TRACK 125: LOADED (THE VELVET UNDERGROUND)


Por mucho que me empeñe en documentar con orden toda la música de la que dispongo (y en eso soy maniático), la memoria siempre me va a hacer una mala jugada en algún momento. De paso que hacía unas compras veo Loaded (1970), el último álbum de la Velvet con Lou Reed, a precio de ganga, así que me lo compro. Al llegar a casa descubro que ya lo había comprado, y no hacía mucho tiempo. Ah, la edad… Bueno, una excusa para volver a escucharlo.

Con Loaded me acompaña ese agradable efecto de flotar por unos minutos por una colección de canciones que ya no se componen, restos inimitables de un tiempo singular del que solo tengo el testimonio de los libros, el cine y la música. Me ocurre lo mismo con algunas grandes bandas de los setenta. El disco del plátano (no lo cuestiono) acapara la mayor gloria de la Velvet, pero yo prefiero los efluvios que surgen de la boca del metro. John Cale ya no estaba, Lou estaba a punto de largarse y por aquí ya empezaba a dejarse notar un tal Doug Yule. Las canciones son más entrañables, como más acolchadas, y el sonido fluye sin brusquedades ni estridencias. Aparecen Sweet Jane y Rock & Roll y la maravillosa Oh! Sweet nuthin’ despide el repertorio.

viernes, diciembre 20, 2013

SOUNDTRACK 140: THOMAS NEWMAN


Newman es apellido ilustre en la música de cine. La dinastía la encabeza Alfred, autor, conductor y director de más de 300 partituras para películas entre los años treinta y sesenta del siglo pasado. Al séptimo arte han brindado también música hasta el presente su hermano Lionel, su sobrino Randy y sus hijos David y Thomas, uno de mis compositores cinematográficos favoritos.
Camino a la perdición, American beauty, El hombre que susurraba a los caballos, Wall-E, Lemony Snickett, El exótico Hotel Marigold, Erin Brockovich, Cadena perpetua, Destino oculto, Buscando a Nemo o el tema de apertura de la serie A dos metros bajo tierra están entre sus mejores trabajos.

Firmante de casi un centenar de scores y temas para cine y televisión desde mediados de los ochenta, Thomas Newman, como otros buenos especialistas como Howard Shore, Christopher Young o Mark Isham, conduce ondulante su música, de manera precisa y a la vez elegante, por el metraje de los films, la incrusta en la tensión de una escena o acompaña sutilmente las reacciones diversas de los personajes combinando melodiosos acordes y calculadas subidas de tono. Lo que lo distingue es un uso brillante de recursos más contemporáneos (percusiones envolventes, teclados vanguardistas, adornos retorcidos pero nunca atosigantes) que hacen que su obra no pierda clasicismo dentro de su elocuente modernidad. A veces no me sorprendo a mí mismo reconociéndole scores antes de leer los créditos de un film, otras veces es él quien me sorprende aportando nuevos aires y ecos que ratifican su talento. En España, por ejemplo, creo que es evidente su huella en la obra de Víctor Reyes.

Thomas Newman ha sido nominado once veces al Oscar y aún no ha obtenido un premio que merece y que algún año, estoy seguro, ganará.

miércoles, diciembre 18, 2013

SOUNDTRACK 139: HOMELAND (III)

Nos acostumbramos a creer que el enemigo estaba tan lejos, en otro país y en otra cultura, que no nos dimos cuenta de que en realidad el enemigo siempre estuvo en casa. Era el aliado, el mentor, el socio, el jefe. Era el soldado, el gendarme, la nación, los nuestros. Homeland nos ha demostrado que el mundo es un hogar cada día más inseguro y que no te puedes fiar ni de tu sombra. Podemos acabar muy enfermos, locos, si no nos llevamos la soga al cuello en cuanto todo se derrumba. Cuán poco hemos visto a alguien sonreír en esta serie.

Acaba de finalizar la tercera temporada. Han anunciado que habrá una cuarta, que será la última y que desaparecerán por fin personajes que ya no hacían falta, lo peor de la serie… pero creo que lo que no hace ya falta es que haya una cuarta temporada. Tal como termina la tercera, Homeland ha contado lo que tenía que contar, arrojado luz sobre lo que siempre se guarda en la sombra y cerrado un ciclo. Alargar la trama sería entrar en otra dimensión que desvirtuaría, creo, el sentido de las tres primeras etapas. Pero quién sabe…

Mientras me reservaba para ver la serie casi de un tirón, escuchaba algunas críticas. Las entiendo. Porque la historia se ralentiza primero y se precipita después; algunas situaciones tarda en resolverlas y otras las despacha de un plumazo, haciéndome cuestionar demasiado si las escapatorias son tan fáciles o si algunos personajes son de verdad tan estúpidos; unos pierden el carisma que tenían y a otros los guionistas no les dejan alimentarlo. No te coge de los huevos la serie como en las dos primeras temporadas, pero al final consigue mantenerte en vilo hasta el último instante. Me ha vuelto a gustar, pero viendo cómo respiran las esferas del poder y los servicios secretos y cómo en teoría se protege la seguridad nacional, te marchas a la cama pensando lo jodido que está todo.

sábado, diciembre 14, 2013

VOLUME ONE 314: FANFARE (JONATHAN WILSON)


Que no despiste el título: Fanfare, de Jonathan Wilson, no es fanfarria ni alboroto ruidoso; hay mucha instrumentación en sus 78 minutos, variado viento, metal, cuerda y percusión, pero en absoluto esa convivencia es atolondrada o caótica, al contrario, descansa en un equilibrio armonioso. El eco que resuena mientras lo escucho me sitúa en otro lugar y en otro momento. Me parece que este tío, nacido a mediados de los setenta en North Carolina, es un eslabón musical que se fugó de aquella década para reaparecer ahora emparentado con sus músicos favoritos. CSN&Y, Byrds, Bob Seger, Pink Floyd, Neil Young o James Taylor flotan en la atmósfera. ¿Un pastiche facilón sin originalidad? Al contrario, sin perder la brújula sigue su propia dirección. ¿Suena demasiado ambicioso, grandilocuente? No sabría qué decir… la complejidad con la que parecen compuestas algunas canciones enseguida se transforma en un recurso natural nunca fuera de lugar. ¿Genuino? No hay precipitarse al referirse a nuevos genios, pero podría ser…
Discazo impredecible este Fanfare (Bella Union, 2013). Como en Gentle spirit (2011), perviven las brisas psicodélicas, gotas de rock sinfónico, el espíritu lisérgico de Laurel Canyon. Hay esta vez temas más fáciles de calar (Love to love, Desert trip, Fazon), otros que proponen brillantes acertijos mientras avanzan (Dear friend, Moses pain, New Mexico).

Que no se me olvide: Wilson toca prácticamente todo y a su voz suave que cae evaporándose sobre la superficie de las canciones la acompañan las aportaciones de gente como Mike Campbell, Benmont Tench y Pat Sansone, además de, mira por dónde, Graham Nash, David Crosby y Jackson Browne. Me lo he escuchado tres veces el mismo día, 234 minutos. Es buena señal.

Nota: 8,5/10

SOUNDTRACK 138: HEAT


Lo que dura un día y un poco más, entre 26 y 27 horas de mi vida (no seguidas), le he dedicado hasta ahora a Heat. Ayer la vi por novena vez. Habrá más. Las obras maestras no caducan, crecen con el tiempo y se hacen mejores. Entonces sí, entonces consiguen que ames el cine por encima de todas las cosas.

Cuando se estrenó en 1995, una de las frases publicitarias extraída de una crítica de no recuerdo qué medio decía: “Un film monumental”. No se me ocurre mejor término que emplear cuando el film se cierra, Pacino de espaldas, el cielo nocturno de Los Angeles reduciéndole en el aeropuerto, y el ‘dios que se mueve sobre el rostro de las aguas’ de Moby elevándose hasta tragarme. Y la vida sigue.
 
Heat, más allá del combate entre el bien y el mal en torno a un banda de ladrones y a un grupo de policías que intentan atraparlos, atrapa la vida en casi tres horas: la disciplina del trabajo, hacer lo que uno mejor sabe hacer, la lealtad, la ambición, el riesgo, la soledad, la inadaptación, el sacrificio… y un poco de amor. “Somos lo que perseguimos”.

Pocas secuencias me han conmocionado tanto en el cine, gracias al pulso estiloso de Michael Mann, como ese abrasador tiroteo en la calle (el mejor que muchos hemos visto en una pantalla); ese café que comparten Vincent Hanna y Neil McCauley mientras descubren que son tal para cual; esa separación silenciosa e inevitable al borde de la salvación; y ese duelo final al que la vida nos enfrenta contra nosotros mismos.

miércoles, diciembre 11, 2013

LOS PEORES


Discos y listas, aaaaahhhh!
¿Por qué unos medios se limitan a 20, otros llegan a 50 (para que no sea mal visto dejar fuera de los mejores a otros 30) y otros se van hasta 80? ¿Por qué listar siempre los mejores discos y no las mayores decepciones en relación a las expectativas creadas? ¿O simplemente los peores, lo malo de solemnidad? Si de lo que se trata es de aconsejar al constante lector o al interesado navegante, ¿por qué no recomendarle lo que no debe escuchar en su vida por su bajísima calidad? Ahora (y siempre) presumimos de haber escuchado un altísimo número de novedades discográficas de todo un año, ¿verdad? Lo tenemos al alcance. Y por eso nos creemos capaces de enumerar por orden ¿de preferencia? lo mejor entre lo mejor, con el vicio de caer en flagrantes incongruencias. Ahí va una: una publicación sitúa un buen disco en el puesto 5 del año y otro buen disco en el 25, pero resulta que cuando vas a la tabla con las puntuaciones particulares de los redactores que han votado es más alta la suma de puntos del que está en el puesto 25 que la del que está en el 5…

Yo me guardo ya mi lista de los mejores en la intimidad de las distancias cortas. Un muy buen disco de entre los muchos de 2013 que he escuchado es, por ejemplo, Volume 3, de She & Him. Una decepción es Imitations, de Mark Lanegan. Ni uno ni otro aparecen en las ocho selectas listas de las que han aparecido a las que he echado una mirada. Y discos malos (y aparecen una buena parte en esas listas de mejores), son los que en 2013 sacaron al mercado:

Alice in Chains, Amok, Black Sabbath, Charles Bradley, Chelsea Wolfe, Deerhunter, Elton John, Howe Gelb, Julia Holter, Kate Nash, The Lone Bellow, The Lumineers, Suede, Vampire Weekend, Yeah Yeah Yeahs

viernes, diciembre 06, 2013

VOLUME ONE 313: MOUNTAINS OF SORROW, RIVERS OF SONG (AMOS LEE)


Al bueno de Amos Lee me lo llevo a ese grupo de autores americanos con aspecto y carrera de ‘chicos majos’, músicos sin mácula como Chris Isaak o Josh Rouse, por poner dos casos que me vienen a la mente, que sin salirse de sus carriles conducen firmes sobre el asfalto. Al principio, Amos me parecía blando, puede ser, sus canciones eran demasiado tranquilas, demasiado bien hechas y cantadas, y de ellas brotaba un ánimo más bien apagado, melancólico. Cada disco que fue publicando después de su debut en 2005 contenía mejor material, aunque al chico le seguían faltando dientes afilados, un poquito de riesgo. Mission bell (2010) estaba bastante mejor, con Calexico por compañía produciendo y tocando. Ahora sin ellos, con Jay Joyce (The Wallflowers, Emmylou Harris) en la sala de máquinas y otros músicos estupendos, se ha trabajado un disco más auténtico y robusto, con más atrevimiento, su mejor trabajo quizá.

Está bien este Mountain of sorrow, rivers of song (Blue Note, 2013). Te dejan un sabor de lo más placentero sus temas contenidos (Scared money, Mountains of sorrow) y sus cortes más descarados (High water, Lowdown life). Y la voz todavía negroide de Amos Lee te demuestra que sigue siendo un chico majo y un muy buen autor.

Nota: 8/10

jueves, diciembre 05, 2013

BLUE NOTE COVERS



El fetichismo, a su modo singular e irrenunciable, nos hace felices. Cuando veo la imagen de la portada de un viejo disco de jazz del sello Blue Note me la guardo. Varios discos reposan en mi salón y me gusta navegar por sus cubiertas mientras la música avanza. Son esas joyas antiguas (además de alguna otra de otros sellos) las que atrapo para quedarme con el lenguaje de sus detalles, con las líneas y formas que envuelven un título o dibujan el nombre de un autor, con los colores fuertes que empapan todo el recuadro que acoge la fotografía de un músico con su instrumento en plena actuación o en un momento de sus ensayos.

Detrás de muchas de esas fotos que tan bien reflejan el ambiente y el espíritu de un disco de Blue Note, sobre todo entre 1958 y 1969, estaban los diseños y las cámaras de Reid Miles y Francis Wolff, que además era productor, aunque nombres como Harold Feinstein, Bill Hughes, Martin Craig o Andy Warhol también brindaron sus ideas, imágenes o dibujos para crear el universo Blue Note. Unas cuantas para imaginar un poco…


lunes, diciembre 02, 2013

SOUNDTRACK 137: THE GAME



Como en la primera vez, en la segunda y en la tercera, ahora mi cuarto viaje por The Game (David Fincher, 1997) ha resultado fascinante. Me deslumbran su capacidad de tragarse al espectador, sus piruetas argumentales y su impecable y exquisita factura. Y eso me encanta compartirlo, hacer partícipes a otras personas de las virtudes (sobre)naturales y trascendentes que a veces tiene el cine.
Hay películas que conservan su poder de atracción intacto, resistente al cambio de tendencias, al cambio en la forma de hacer y de ver cine. Lo distingo en no pocas de las obras de David Fincher cuando regreso a ellas para recrearme en la forma y el fondo de sus historias, en sus trazados o laberintos. Pasa con Seven, El club de la lucha, Zodiac y con The Game.

Los juegos que el cine propone requieren nuestra implicación. La idea sola no basta, la ayudan el entorno, el clima, el montaje, la música (acertadísimo el elegante tono siniestro que imprime el score de Howard Shore), los actores (soberbio está Michael Douglas)… y creerse que lo que estás viendo y sintiendo puede ser algo más que un juego. Al nihilismo atroz de Seven le siguió el masoquismo redentor de The Game, una broma macabra con ropajes de thriller, un descenso al infierno de la propia personalidad. Una magistral travesura cinematográfica.