Newman es apellido ilustre en la música de cine. La dinastía la encabeza Alfred, autor, conductor y director de más de 300 partituras para películas entre los años treinta y sesenta del siglo pasado. Al séptimo arte han brindado también música hasta el presente su hermano Lionel, su sobrino Randy y sus hijos David y Thomas, uno de mis compositores cinematográficos favoritos.
Camino a la perdición,
American beauty, El hombre que susurraba a los caballos, Wall-E, Lemony
Snickett, El exótico Hotel Marigold, Erin Brockovich, Cadena perpetua, Destino
oculto, Buscando a Nemo o el tema de apertura de la serie A dos metros bajo
tierra están entre sus mejores trabajos.
Firmante de casi un centenar
de scores y temas para cine y televisión desde mediados de los ochenta, Thomas
Newman, como otros buenos especialistas como Howard Shore, Christopher Young o
Mark Isham, conduce ondulante su música, de manera precisa y a la vez elegante,
por el metraje de los films, la incrusta en la tensión de una escena o acompaña
sutilmente las reacciones diversas de los personajes combinando melodiosos
acordes y calculadas subidas de tono. Lo que lo distingue es un uso brillante de
recursos más contemporáneos (percusiones envolventes, teclados vanguardistas,
adornos retorcidos pero nunca atosigantes) que hacen que su obra no pierda
clasicismo dentro de su elocuente modernidad. A veces no me sorprendo a mí
mismo reconociéndole scores antes de leer los créditos de un film, otras veces
es él quien me sorprende aportando nuevos aires y ecos que ratifican su
talento. En España, por ejemplo, creo que es evidente su huella en la obra de Víctor
Reyes.
Thomas Newman ha sido nominado once
veces al Oscar y aún no ha obtenido un premio que merece y que algún año, estoy
seguro, ganará.
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