lunes, julio 30, 2007

BOOTLEG SERIES 8: THE COMPLETE GOLDWAX SINGLES (JAMES CARR)

Nos tomamos otra píldora para entrar de nuevo en la máquina del tiempo y regresar a los negros, muy negros, años sesenta. Hay biografías por ahí olvidadas y hasta desconocidas que merecen que al menos alguien se acuerde de ellas en cualquier tramo del futuro. Hasta enero pasado, en la segunda vinilo session en el cuarto sagrado de Rulo, yo no sabía nada de la figura y la obra de James Carr. Bastó que me pusiera en su cuidado plato una canción de un LP igualmente cuidado para que me interesase por él. También da gusto descubrir así a músicos casi anónimos cuyo testimonio no debería yacer en una injusta sombra.

Aunque gozó del aprecio de los fans en la década de los sesenta y del favor crítico de la época, James Carr se perdió en sí mismo, derrotado por sus problemas mentales y desconectado del mundo y la realidad, hasta dejar sólo como herencia unas propiedades escasas aunque muy valiosas. Para situarnos: Otis Redding, Sam Cooke, Solomon Burke. Con ellos podría compararse a Carr, un ejemplar pesado del soul cálido y pasional de aquellos años. Su casa principal fue Goldwax, con la que publicó sus dos primeros discos, You got my mind messed up (1967), aquel disco que Rulo pinchó, y A man needs a woman (1968). Después no supo asimilar el éxito, se quedaba paralizado en las actuaciones, inmóvil, conmovido o perdido en el vacío. Su crisis psíquica le llevó por varios centros médicos e instituciones mentales, reapareció en 1991 con un tercer disco al parecer desafortunado y murió en 2001 a la edad de 59 años. Una triste historia para un titán con pies de barro.

Existe una colección de los 28 singles cantados (y compuesto alguno) por James Carr para Goldwax entre 1964 y 1970, precisamente titulada The Complete Goldwax Singles. En ella se encuentra ese soul precioso y delicado que nacía del vozarrón rudo a veces herido de este autor especial. En sus aullidos vibrantes descansa una música de otro tiempo pero siempre viva, todavía poderosa hoy en día aunque en sus letras escupa cosas como “te necesito tanto”, “¿cómo puedo olvidarte?” o “de verdad que te quiero, nena”. Vamos, en la voz de un soul man negro de aquellos yo eso no lo pongo en duda.

viernes, julio 27, 2007

BOOTLEG SERIES 7: DUANE ALLMAN: AN ANTHOLOGY

Los rockeros de pro, practicantes y oyentes, músicos y aficionados, tienen que hacer reverencia a Duane Allman de vez en cuando. Acordarse de él cada cierto tiempo no viene nada mal, sus cuerdas despejan los remolinos de los peores vicios de la modernidad y suavizan cualquier rastro, por vago que sea, del entramado de guitarras descuidadas y ruidosas que tanto proliferan hoy en día. Duane, lejano Duane que cual mito te marchaste de este mundo en la flor de tu juventud sin cumplir los 25 años, a veces algunos nos resistimos a creer que eras tú el que se estrelló en aquella moto descarriada.

Mi etapa de insistencia Allman Brothers ya ha quedado atrás. Guardo gran parte de sus discos y los saboreo con la misma sensación que se disfruta con ciertas películas de Cary Grant o algunas comedias o musicales de Stanley Donen. Sí, como aquello que ahora ya no se hace (porque no se puede y no se sabe)… porque los Skynyrd de ahora siguen tocando como bestias pero sin la temperatura que desprendían en los setenta, y los Widespread Panic o Gov’t Mule, por ejemplo, son músicos sublimes que aman a sus maestros pero tienden al tedio. Incluso los Allman de ahora, soberbios dinosaurios con millones de kilómetros en sus cuerpos, rinden una añeja fidelidad a su pasado que los mantiene sanos y viejos, pero no frescos.

Con el gran Duane Allman, tan gigante a la guitarra como los más encumbrados Hendrix, Page o Clapton, me he reencontrado gracias a una fabulosa antología en dos volúmenes dobles editados por Polydor en 1972 y 1974, después de su apresurada muerte. En estas dos colecciones que me permito recomendar a quienes gusta el blues y el rock, aunque a todos en general, se puede comprobar la destreza de Allman con la slide guitar y su desahogada técnica con el ‘cuello de botella’ a lo largo del mástil, así como su capacidad para adaptarse a cualquier ‘jefe’ de filas cuando ejerció de músico de sesión para artistas de la talla de King Curtis, Aretha Franklin, Wilson Pickett o el propio Eric Clapton en Derek & The Dominos antes de dar forma definitiva a los Allman Brothers junto a su hermano Greg.

martes, julio 24, 2007

BONUS TRACK 28: STRINGS OF THE STORM (ELLIOTT MURPHY)

Me asalta la vagancia cada vez que se presenta la oportunidad de escuchar un disco de Elliott Murphy. Me suele gustar el prolífico autor de sangre neoyorquina y alma parisina, de hecho asistí a un estupendo concierto suyo hace unos cuantos años en la apestosa discoteca y deficiente sala coruñesa Playa Club, donde un grupo de pijos aprovechados invitados por los responsables del recinto le faltó al respeto al músico al no dejar de cotorrear durante casi toda su actuación. El caso es que con un poco de retraso me he puesto a navegar serenamente por las olas que bañan el doble álbum Strings of the storm (Last Call, 2003). Y bien placentero que ha sido el chapuzón.

Es curioso. Murphy, también novelista y articulista musical, es de la raza de compositores a los que parece faltarle un pequeño (gran) empujón para salir de la sombra. Es Murphy una especie de Springsteen sin furia ni éxito, al que recuerda en sus primeros trabajos de los setenta y al que nunca le acompañaron las ventas en su veintena de discos pese a la lucidez de sus letras. Siempre en segunda, más bien en tercera fila, el bueno de Elliott tampoco se ha empeñado en adaptarse al curso de los tiempos y, aunque ha trabajado con dispares productores en los ochenta y noventa, ha guardado una línea de coherencia musical con la que ha llevado su carrera a una posición de sólido respeto a finales de la década pasada, ya asentado en París y en estrecha vinculación con el guitarrista francés Olivier Durand.

En Strings of the storm, construido codo con codo junto a Durand y la banda con que ha girado en los últimos años, Elliott Murphy presenta una cosecha de canciones de marcado acento dylaniano. Sus temas no caen en el desánimo cuando inciden en textos comprometidos, ni tampoco abusan de tono festivo cuando la letra es más frívola. Es un álbum profesional de rock de autor, muy bien tejido, con impecables piezas (Green river, Cutting the cake, From room 102 o la extraordinaria Look around you), largo, eso sí, largo aunque saludable.

MILES’ COOL (III): BITCHES BREW

A veces la música tiene efectos medicinales, como mínimo remedios contra las valoraciones empantanadas, colapsos de dirección. Para retomar un poco el norte es buena receta entonces una pastilla sonora que despeje de niebla el camino del placer por escuchar música y disfrutar de sus laberintos. Viene siendo Miles Davis una terapia curativa desde hace varios meses. Cada desembarco en su música cambiante es una experiencia desconcertante pero enriquecedora. Con un temor nada escondido afronté la incursión peligrosa en Bitches Brew (Columbia, 1969), una de las cumbres del jazz fusionado con diversos estilos y corrientes, un álbum mitológico y referencial, insólito, extraño, complejo, visceral… lo que tú quieras. Agrandé el riesgo con la escucha, en distintas etapas, de las sesiones completas, que reúnen 21 temas en cuatro discos.

Poco más puedo aportar yo sobre Bitches Brew a lo mucho que se ha escrito. Otros lo han hecho mejor de lo que yo podría, por eso os enlazo con este magnífico artículo sobre este mastodóntico trabajo de Miles, que lo sitúa en contexto y contiene las explicaciones precisas. Se puede amar, se puede detestar. Yo os recomiendo que al menos una vez en la vida, puede que mejor en momentos de desorientación, os dejéis acunar por sus atmósferas difusas y hechizantes y transitéis a lo largo de sus estructuras libres y su espíritu genial.

domingo, julio 22, 2007

JAM SESSION (IV)

El primer tramo vacacional de este verano despistado y puñetero llega a su fin. La tarde otoñal de este domingo lluvioso y antipático de julio encadena en casa, pocos lugares mejores hay donde estar. Muy atrás se llenan de polvo los veranos de nuestra infancia. Atrás quedó el verano continental de hace dos años, atrás la ruta de conciertos por el norte, ahora nos quedamos por nuestro hogar y con nuestra gente, aunque alguna se quede, tras casi un siglo de vida, en el camino y en el más pacífico de los descansos. Poca playa, poco buen cine, mejores sesiones de vídeo (dvd, claro), muchos paseos caninos a falta de tener otra compañía y mucha música, mucha. Un empacho vicioso que acaba por llenar de dolor la barriga y poner al fuego agua para una manzanilla.

De 'crooners' a 'indies' de pacotilla, de clásicos hogareños a fusionistas inclasificables, algún gurú del reagge, supervivencias post beatle, R&B fabricado en serie pero elegante… el voraz interés por conocer un poco de todo. 65 discos que antes no había escuchado se ha querido inyectar el que escribe en 22 días, y ¿sabes qué?, que esto está muy bien, aquello no está mal, esto es una pérdida de tiempo… pero lo que crece últimamente es la confianza prudente y paciente en ese jazz imprevisible que te estropea unas veces y te arregla otras. Con Bitches brew, al fin, de fondo. Me pierdo fascinado en su música.

¿Quién merece la pena? Aunque miremos más allá hacia cada rincón, puede que ni nosotros mismos. Alguien tendrá que descubrirlo. Sospecho que en este parque inagotable de flores hay una rosa que no puede engañar al jardinero que llevamos dentro. Quizá florezca en una de esas travesías de cualquier viaje hacia el fin de la noche.

martes, julio 17, 2007

BONUS TRACK 27: CURE FOR PAIN (MORPHINE)

Al menos en dos películas de los años noventa, Cómo conquistar Hollywood y Juegos salvajes en sus títulos españoles, aparecían entre sus canciones de la banda sonora dos turbadores temas de un grupo hasta entonces por mí desconocido, Morphine. Esa extraña y temible inquietud que surgía de sus canciones se debía en su mayor parte al predominio total de un instrumento nada roquero como el saxofón, que venía a sustituir por completo cualquier utilización de guitarras. Voz y un bajo de sólo dos cuerdas, saxo tenor y barítono y batería daban sonido al trío norteamericano originado en Boston en 1989. Pasado el tiempo siempre localicé algún disco (pocos) en las estanterías de las tiendas, aunque nunca me decidí a escogerlos. Llegado el momento de cambiar de opinión no me arrepentí.

Cure for pain (Rykodisc, 1993) es el segundo álbum de Morphine, válido para saborear su anodino brebaje instrumental y penetrar en su peculiar atmósfera, representativo además de todo el legado (seis discos oficiales en ocho años) que permanece vivo tras la escalofriante muerte de su bajista y vocalista, Mark Sandman, durante una actuación en Roma en 1999 de un ataque al corazón. Entonces murió también la banda pese a la publicación de dos trabajos póstumos. Sirvió para mantener encendido el culto a una formación insólita.

Merece la pena probar un poco de morfina. Cure for pain puede gustar tanto a los amantes del rock como del jazz. Aunque sus construcciones son propias del rock, el habilidoso desasosiego que adquiere el sonido de ese bajo partido y la combinación de saxofones en una misma canción acerca al grupo a otros territorios donde la noche y los interiores brumosos de clubes clandestinos se convierten en el cuarto componente del grupo. Dos breves cortes instrumentales, Dwana y Miles Davis’ Funeral (qué título, eh) ponen en sintonía al oyente al principio y al final; entre ambos seguro que consume un poco de la pócima perturbadora y huidiza de aquellos incomparables Morphine.

VOLUME ONE 78: ZEITGEIST (SMASHING PUMPKINS)

Ahora llegamos al caso de la banda de importancia que llevaba unos cuantos años sin que sus miembros se vieran las caras y con la previsión de una fecha de reencuentro largo rato desconocida. No, las pistolas y las flores se han perdido en el triángulo de las Bermudas, eso ya no tiene remedio. Con algo más de prisa por que se hable de ellos, por vender y volver a cobrar, y lamentablemente sin ningún atractivo novedoso que ofrecer y proclives a aburrir enseguida, renacen Smashing Pumpkins tras siete años sin grabar, con proyectos paralelos en ese paréntesis que se han perdido en el pozo de los fracasos y con media formación nueva. Billy Corgan sigue luciendo calva y semblante místico y atrás baquetea Jimmy Chamberlin con energía. Una chica releva a otra, entra una tal Ginger Reyes con el bajo, y Jeff Schroeder, de los por mí ignorados The Lassie Foundation, ocupa el puesto del achinado guitarrista James Iha.

Y lo que traen es Zeitgeist (Reprise/WEA, 2007), sexto álbum del grupo de Chicago. Este término alemán viene a significar algo así como “la huella de un tiempo o una generación” y los Smashing se dedican a repasar en clave lírica algunas marcas que los tiempos que corren dejan en la humanidad (así de oscuro es el presente y de negro el futuro, todo es una guerra, el crimen una plaga…). Eso por un lado. La música que envuelve estas letras y en poco avala el regreso de la banda se inclina ahora más al metal por culpa del nuevo guitarrista y hasta coquetea con el stoner en el corte central, el más largo. Después de este punto aún se vislumbra un poco de optimismo en el panorama y el grupo le da luz (Bring the light) a un disco demasiado en tinieblas. Antes, monotonía más ruidosa con algún amago de éxito del pasado (That’s the way (my love is), Starz), tedio en general.

Algunos conocidos dicen ahora que les han vuelto a ver en directo que cumplieron sin más el trámite, y como dice Zaida, que son un coñazo cuando a Corgan se le da por los ruiditos y los ‘uiui uiui’ con sus aparatejos. Una pena. Después de aquel magnífico Mellon Collie… de 1995 el grupo cayó en picado sin que un par de buenos temas en sus siguientes dos trabajos les pudiesen devolver un poco de alegría. Aún siguen tristes.

Nota: 4/10

sábado, julio 14, 2007

VOLUME TWO 31: JOE HENRY

El solista o grupo musical al que es imposible definir, incluirlo en un estilo concreto o en una conjugación de estilos (fuera o dentro de las que las revistas manejan) o encontrarle un parecido con otro u otros autores ya me interesa de entrada; otra cosa es que luego me satisfaga. No me refiero en concreto o músicos experimentales o vanguardistas, apartemos por tanto del grupo a Frank Zappa o Björk, sino a autores que sin ambicionar rimbombantes artefactos de supuesto valor artístico o jugueteos estilísticos a la aventura, apuestan por saltar de campo en campo de manera coherente y sin escaparse demasiado de los márgenes marcados por géneros generales como el rock, el pop o el jazz. Joe Henry es uno de ellos.

¿Quién es Joe Henry? Tuve de él conocimiento por medio de sus trabajos de producción, no numerosos aunque selectos y extraordinarios, por lo menos los que llevó a cabo para las poderosas voces de Solomon Burke en el disco Don’t give up on me (2002) y Bettye Lavette en I’ve got my own hell to raise (2005). También ha pulido el sonido de Teddy Thompson, Aimee Mann y Ani Difranco, a quien confirió un barniz más eléctrico a su Knuckle down, el álbum que en 2005 apartó a la autora de un estancamiento monótono en el jazz. Pero mucho antes de sentarse ante la mesa y los controles, Joe Henry dejó su impronta de cantante, guitarrista y compositor en casi una decena de discos propios que apenas han tenido repercusión fuera de Estados Unidos.

¿A qué suena Joe Henry, para entendernos? Son diez los discos que ha firmado entre 1986 y 2003. El que escribe se ha adentrado en cuatro de ellos, cada uno muy distinto del otro, lo que muestra el carácter inconformista y a la vez explorador de un tipo que no es que cante demasiado bien pero que es capaz de recordar a Steve Earle o a Tom Waits con su registro y de saltar del alternate country de raíces al jazz de bríos nocturnos en cada viaje. Así, Short man’s room (1992) es un trabajo ‘americana’ de lindas melodías y suaves mandolinas; Fuse (1999) alterna clasicismo con riesgo y deja entrar un poco de electrónica y trip hop en su interior; Scar (2001) ahonda en la noche y en el espíritu de Tom Waits, a quien Henry le toma prestado a Marc Ribot e invita a tocar a Brad Mehldau y Ornette Coelman; y Tiny voices (2003) es un atrevimiento más teatral y ruidoso que hace las delicias de los amigos de la improvisación, tan delirante como sugestivo.

Joe Henry, un músico interesante al que descubrir.

jueves, julio 12, 2007

BONUS TRACK 26: STORIES FROM THE CITY, STORIES FROM THE SEA (PJ HARVEY)

A algunos músicos los encuentras por primera vez en cualquier punto de su trayecto y si te gustan vas después saltando hacia sus orígenes o hacia el presente para afianzar o, por el contrario, romper el vínculo de aprecio. La relación musical que mantengo con PJ Harvey se mueve así, como una peonza no muy bien lanzada que se mueve sin caerse en varias direcciones sobre una superficie llana. Ni los aclamados To bring you my love (1995) y Rid of me (1993) lograron que hallara en ellos señales de la maestría que la crítica ensalzaba en su día. Son álbumes sucios sin pisar la cloaca, pero ásperos e inquietos, propios de una atrevida doncella de la escena alternativa británica que combinaba el sexo y la religión en sus textos. Después llegó Stories from the City, stories from the Sea (Island, 2000), y esto ya es otra cosa. La consagración crítica de la autora sí es la piedra maestra sobre la que se apoya hasta ahora su creación musical.

Tenía PJ Harvey otro disco anterior de más discreta acogida, Is this desire? (1998), que aún me falta por escuchar. Uh huh her (2004) es más desértico y no se hace querer y Dry (1992) es un debut cáustico de riffs viciosos que me ha vuelto a conectar con la mejor Polly Jean de su no muy densa carrera en solitario. Ese Stories… contiene un conjunto de canciones que no pierden la ordinariez de la mayoría de las anteriores, pero que aparecen ahora cubiertas por una capa de espontánea sofisticación que se traslada también a la imagen de la artista. Ahí aparece ella enigmática y desafiante cruzando una calle de Manhattan con una mercancía de fantásticos temas guardados en el bolso y parte de su estilo y traje de faena bajo el tejido de su fino vestido negro (después en vivo agarraba el micro y sostenía la guitarra en minifalda, botas altas y sujetador, todo negro).

Las canciones… magníficas, pese a que el líder invitado de Radiohead casi estropee alguna con su quejido próximo al lloro. Desde el espectacular tríptico de apertura (Big exit, Good fortune y la embriagadora A place called home) hasta la pareja de cierre (Horses in my dreams y una colosal We float que te hace levantar los pies de la tierra), este álbum grabado casi en familia, con Rob Ellis y Mick Harvey respaldando a la voz sentimental y las guitarras desnudas de PJ, se erige sin duda entre las maravillas del nuevo decenio.

miércoles, julio 11, 2007

VOLUME ONE 77: COUNTRY MOUSE CITY HOUSE (JOSH ROUSE)

A este paso Josh Rouse va a competir con Ani Difranco en tareas de productividad. A ver quién canta y graba más, se retarán a distancia. Suma el de Nebraska siete discos en diez años, además de dos Eps (uno con Kurt Wagner, líder de Lambchop, y otro con la española Paz Suay, su novia además, este mismo año). Aún le queda un trecho largo para alcanzar los quince álbumes de estudio, tres directos y otros dos de doble autoría que tiene la pequeña autora de Buffalo, eso sí, en el periodo más estirado de diecisiete años.

Aquí vuelve Josh Rouse, este buen tipo con pinta de chico ejemplar y un aire a Jake Gyllenhaal, con Country mouse city house (Nettwerk, 2007) bajo el brazo. Quienes le conozcan y todavía no hayan escuchado el nuevo disco seguro que apuestan por que almacena más de lo mismo. No se equivocan. Ya hemos hablado atrás sobre la repetición de esquemas y fórmulas, sobre la falta de inventiva evidente en algunos casos en los que determinados músicos se mueven en círculos donde es más acuciante la exigencia de fans y empresarios, y, por otro lado, sobre la confianza en una línea segura de estilo que no necesita sufrir grandes transformaciones para seguir convenciendo a quien pone la pasta y a quien presta el oído. Por ahí, por ese otro ambiente más grato y menos urgente, camina con su calma Josh Rouse, instalado en España con su refinado e ingenuo pop soul norteamericano como bomba de oxígeno musical.

Confieso que tras haber leído un par de reseñas de este nuevo trabajo me disponía a encontrarle algún defecto a algo que me gusta. Pero es imposible criticar algo que te encanta. Me decía el ascensorista de cristal cuando le presté hace poco el sublime 1972 (Rykodisc, 2003) que le gustaba Rouse pero encontraba débil su música, blanda, con un potencial quizá escondido. Por mi parte, encuentro ahí ese tope, ese potencial que en Country mouse city house sobrepasa la azotea española desde la que Rouse contempla en la foto de portada. Puro, fresco, honesto, precioso. Qué bueno que desde ese camino nada pretencioso por el que Josh sigue encadenando un disco a otro año tras año su música llegue tan limpia a nosotros.

Nota: 9/10

lunes, julio 09, 2007

GREATEST HITS 27: NOBODY GIRL (RYAN ADAMS)

Para acabar con Ryan Adams por una larga temporada y no repetirme más, pondré el énfasis final en su canción apoteósica por mayoría absoluta… aunque seamos unos pocos los que al dejarnos dominar como zombies por su música en la sociedad cada vez más íntima que forjan las noches de rock elevemos Nobody girl al olimpo de las obras maestras de todos los tiempos. El paso de los años es el que cubre una canción de grandeza; sólo seis bastan en este caso para que este tema central del álbum Gold pueda equipararse por su magnética capacidad para hechizar al oyente a Loneliness de Grand Funk Railroad, Madman across the water de Elton John o Stairway to heaven de Led Zeppelin.

Creo no exagerar cuando los 9 minutos 39 segundos de Nobody girl te sumergen en un océano de emoción creciente, una atracción de feria musical que comienza con un suave balanceo y culmina en la cima del clímax hasta que las voces y los instrumentos acaban callándose. Adams le canta a una chica a quien nadie conoce, a quien nadie observa cuando se marcha, la chica de nadie. La guitarra acústica va presentando la canción y al personaje y a los tres minutos y medio, cuando irrumpe el primer estribillo y se entrelazan un par de eléctricas, se intuye que el tema tendrá algo más tarde un estallido superior. Lo alcanza cuando las guitarras vuelven a formar otro remolino y cada músico, después de un breve tramo con tibio órgano hammond incluido, llega a su propio éxtasis. Allí en el bar te llevas las manos a unos instrumentos invisibles. Pues eso, impresionante.

sábado, julio 07, 2007

VOLUME ONE 76: LIBERTAD (VELVET REVOLVER)

Mientras China espera la llegada de su democracia las pistolas de terciopelo disparan su segundo cartucho de balas. Axl a su bola, Slash y demás a la suya, y algún que otro iluso fan a la espera interminable de un disco que, me atrevo a asegurar, no será para tanto (si es que llega algún día simplemente a ser). Mientras, hay que conformarse con Scott Weiland al frente de Velvet Revolver. ¿Es mucho?, ¿es poco? Es insuficiente.

Libertad (RCA, 2007) es la consolación para quien no pierde la paciencia. Weiland, Slash, Duff, Sorum y Kushner en la alineación titular deparan un partido más o menos repetido al que jugaron en Contraband en 2004. Rick Rubin comenzó la grabación y ¡no convenció! a la banda. El relevo no perdió categoría, ni más ni menos que Brendan o’Brien cogió las riendas de la producción. Vale, Libertad suena que te cagas, es lo mínimo que se puede pedir, más compacto y coherente que su disco predecesor. Aquel caía pronto en el aburrimiento. Tampoco se libra éste a partir del quinto corte, el primero de los medios tiempos flojitos de rigor. Recobra unos metros el vuelo más adelante hasta volver a caer en la desidia que no evita siquiera la pieza escondida al final del disco, una alegre canción que recuerda a los Faces acústicos de comienzos de los setenta. Sin duda lo mejor de Libertad.

A favor: un arranque virtuoso en la línea de Stone Temple Pilots sin espuma en las guitarras y un par de temas, She build quick machines y Just sixteen. En contra: un sonido desorientado en estos tiempos que no logra avivar la nostalgia de quienes disfrutaron con el hard rock de Los Angeles, y que llega incluso a caer en los vicios de la blandura popera y los estribillos demasiado facilones. ¿Decepción? Espera algo peor.

Nota: 5/10

jueves, julio 05, 2007

BONUS TRACK 25: THE TRAVELING WILBURYS COLLECTION

De repente, varios años después de escucharlos por última vez, me encuentro con que los Traveling Wilburys son una música ideal para el verano sin necesidad de tablas de surf. El cuerpo de cada uno le pedirá una música particular en esta fecha; por mi parte, en esta tarde de calor, playa y olas, los hermanos Wilbury se me revelaron mágica e amigablemente refrescantes, un regalo al que es imposible responder con otro de semejante altura. No habrá supergrupo más entrañable que el que formaron ellos durante sólo un par de años. Pocas veces se podrá ver o escuchar unido a un conjunto de músicos que convirtieron la sencillez en grandeza y la inteligencia en un don del que los demás podemos disfrutar tanto.

La reedición de los dos álbumes que publicaron en 1988 y 1990, acompañada de cuatro canciones inéditas y un DVD sobre la gestación del grupo y sus discos, no por urgente es un sobresaliente acierto de los promotores de tal rescate del fondo del baúl. Aquí están de nuevo aquellos dos maravillosos trabajos ahora completados, los Vol. 1 y Vol. 3 que los Traveling Wilburys armaron con oficio, cariño y maestría hace casi veinte años.

Todo empezó con una broma cuando George Harrison llamó a sus amigos Jeff Lynne, Bob Dylan, Tom Petty y Roy Orbison para grabar una cara B de un single de su disco Cloud Nine. Aquel Handle with care quedó tan bien que entre los cinco acordaron grabar más canciones, repartírselas para cantarlas todos juntos en un disco propio. Entonces se rebautizaron (Harrison fue Nelson Wilbury, Lynne fue Otis, Dylan fue Lucky, Petty fue Charlie T. y Orbison fue Lefty) y publicaron primero su Vol.1 en octubre de 1988, dos meses antes de que Roy Orbison ascendiese al cielo del rock & roll. En 1990 se saltaron el segundo volumen para cerrar su legado mítico y fantástico con Vol.3.

Y ahora, toda aquella música resiste con una asombrosa naturalidad el desgaste que produce el tiempo. El primer disco es puro y cristalino como el sonido que cuida Jeff Lynne en la producción. Contiene canciones de amigos para amigos, limpias y preciosas (Tweeter and the Monkey Man, Congratulations y End of the line a la cabeza), con el reparto de funciones y protagonismo bien equilibrado aunque con tendencia al acento beatle. El segundo gana en fuerza rockera, Dylan tiene una pizca más de presencia y guarda también otras joyas como She’s my baby o Wilbury twist. Recuperar a los Traveling Wilburys es rejuvenecer un poco.

lunes, julio 02, 2007

GREATEST HITS 26: BALL AND CHAIN (JANIS JOPLIN)

Seguimos por aquellos años y aquellas músicas, las que muchos de nosotros nos perdimos en vivo. Otro de esos conciertos imposibles en los que desearía haber estado es cualquiera de Janis Joplin. En el trono de las hembras del rock (de la música en su magnitud) está ella sentada. Más bien salta en el asiento, brinca poseída por un latido de blues, seduce en gritos a una corte consternada, llora entre risas y ríe entre lloros. Janis hacía el amor con su audiencia y el público se dejaba absorber por la voz, la presencia y la actitud sexual de Janis. Rara es la actuación suya en la que al cuerpo de uno no le conmueve un escalofrío. Es difícil escoger una canción preferida de las suyas sobre otras. Ball and chain no es de mis selectas, pero tal y como ella la interpretó en el Monterey Pop Festival de 1967 es una experiencia que todo melómano de hambre ilimitada tiene que conocer. Tenía entonces 24 años y se la veía saludable. De su garganta fluía un torrente de voz tan desgarrador como indomable. Podía resultar patética, frágil o enfurecida. Única. Tres años después, los que nacimos más tarde ya no la pudimos ver.

GREATEST HITS 25: SOMEBODY TO LOVE (JEFFERSON AIRPLANE)

Hay cierta música que se consume por sobredosis. Escuchas un primer disco y enseguida quieres otro, y no mucho después pinchas otro cual Bukowski metido en faena hasta cuando los tragos empiezan a saturarte un poco y te desvías hacia otra dirección. Unos días atrás aproveché unas horas de ocio para recuperar un par de discos de Jefferson Airplane que me faltaban por archivar. Uno de ellos es el directo oficial que publicaron en 1969 Bless its pointed little head, en el que el oyente navega y bucea como un fanático colocado por las aguas revueltas de la psicodelia rockera de la sensacional banda de San Francisco. El álbum recoge cuatro largos temas casi convertidos en jams lisérgicas, además de otras fantásticas canciones como It’s no secret y Somebody to love.

Me quedo con esta última porque… bueno, siempre hay alguien a quien amar y supongo que siempre es buen momento para ello. Y escojo esta versión de la canción que el grupo interpretó en un amanecer de agosto de 1969 en Woodstock, en aquellos tres días de paz, amor y rock que la mayoría de nosotros conocemos por tantas imágenes de archivo. Los Jefferson, con la atractiva Grace Slick de ojos grises bien despierta al frente, tocaron este tema como a las cinco o seis de la madrugada, por eso dan los buenos días a su audiencia cósmica y hasta parecen contagiarse de la modorra de esas horas, idóneas siempre que haya alguien a quien amar.