Que no despiste el título: Fanfare,
de Jonathan Wilson, no es fanfarria ni alboroto ruidoso; hay mucha
instrumentación en sus 78 minutos, variado viento, metal, cuerda y percusión,
pero en absoluto esa convivencia es atolondrada o caótica, al contrario,
descansa en un equilibrio armonioso. El eco que resuena mientras lo escucho me
sitúa en otro lugar y en otro momento. Me parece que este tío, nacido a
mediados de los setenta en North Carolina, es un eslabón musical que se fugó de
aquella década para reaparecer ahora emparentado con sus músicos favoritos. CSN&Y,
Byrds, Bob Seger, Pink Floyd, Neil Young o James Taylor flotan en la atmósfera.
¿Un pastiche facilón sin originalidad? Al contrario, sin perder la brújula sigue
su propia dirección. ¿Suena demasiado ambicioso, grandilocuente? No sabría qué
decir… la complejidad con la que parecen compuestas algunas canciones enseguida
se transforma en un recurso natural nunca fuera de lugar. ¿Genuino? No hay
precipitarse al referirse a nuevos genios, pero podría ser…
Discazo impredecible este
Fanfare (Bella Union, 2013). Como en Gentle spirit (2011), perviven las brisas
psicodélicas, gotas de rock sinfónico, el espíritu lisérgico de Laurel Canyon. Hay
esta vez temas más fáciles de calar (Love to love, Desert trip, Fazon), otros que
proponen brillantes acertijos mientras avanzan (Dear friend, Moses pain, New
Mexico).
Que no se me olvide: Wilson
toca prácticamente todo y a su voz suave que cae evaporándose sobre la
superficie de las canciones la acompañan las aportaciones de gente como Mike
Campbell, Benmont Tench y Pat Sansone, además de, mira por dónde, Graham Nash,
David Crosby y Jackson Browne. Me lo he escuchado tres veces el mismo día, 234
minutos. Es buena señal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario