viernes, septiembre 29, 2006

VOLUME TWO 21: ELTON JOHN

Fue al maestro José Luis a quien una madrugada le oí alabar la orquestación que envolvía las canciones de los primeros discos de Elton John, los que abarcan los finales años sesenta y entran en la década siguiente hasta 1975, cuando Reginald Dwight, cual Bowie con Ziggy, creaba a su Captain Fantastic. Ha vuelto el excéntrico músico inglés al estudio en 2006 para armar la secuela de aquel Captain Fantastic and the Brown Dirt Cowboy, titulada The Captain & the Kid, de nuevo al lado de su casi inseparable letrista Bernie Taupin. Es buen motivo para recuperar y al mismo tiempo reivindicar al ajetreado y más que fantástico Elton John de hace más de treinta años.

Cayeron en mis manos hace poco buena parte de aquellos trabajos. Madman across the water (1971) fue el primero, un primor asombroso al que bendice la precisa, intensa y emotiva instrumentación que siempre ha marcado la obra de Elton John. Allí aparece además Tiny Dancer, una de mis hermosas canciones favoritas. La inclusión de esta pieza en la película de Cameron Crowe Casi famosos la engrandece todavía más. Después entré en las soberbias carreteras por las que Goodbye Yellow Brick Road (1973) te guía melancólicamente, y en el periodo de un par de meses he saltado adelante y atrás al primerizo Empty sky (1969), un cajón de sastre bluesero y rockero muy estimulante; al más lastimero Honky Château (1972); al agitado y guitarrero Tumblewedd connection (1970); al célebre y modélico Don’t shoot me, I’m only the piano player (1973); y al antológico Captain Fantastic... (1975), con su no menos espectacular y divertida cubierta más propia de un cómic protagonizado por el superhéroe John.

Me quedan unos discos más de esta etapa por conocer (Elton John, Caribou, Rock of the westies), pero los que ya puedo prestar y compartir ahora me han redescubierto a un artista que luce su popular condición de superventas con todo merecimiento gracias a su facilidad para encadenar canciones inmortales –muchas de esta época-. Pianista excepcional y vocalista superior, Elton John es una piedra imprescindible con la que comprender la evolución del pop. Esa es su grandeza, la de su música; después están sus discos de oro, el Rey León, sus gafas y sombreros, las drogas, el despilfarro, el Watford (equipo de fútbol inglés del que fue inversor y propietario), su matrimonio homosexual y la canción para Lady Di. Bien.

LIVE IN 27: EL COLECCIONISTA

No soy coleccionista. Me fascina guardar y almacenar ciertos objetos, mas no siento el aguijón que se clava en las venas del apasionado coleccionista por naturaleza que vive para poseer más y más cantidades de sus cosas y aficiones favoritas. El terreno musical es muy propicio para este tipo de coleccionismo, no sólo el que aglutina todo cuanto interese y exista de un artista preferido sino el que expande sus límites a más ámbitos y no se contenta con la magnitud sino con una inmensidad a la que siempre se acerca pero que nunca alcanza.

Acabo de leer una interesante guía sobre el fetichismo musical escrita por el periodista, promotor y coleccionista catalán Jordi Tardá, uno de los mayores expertos, además, en los Rolling Stones. Diario de un coleccionista, se titula el libro, un recorrido que toma forma de visita en vivo por las ciudades del mundo donde el aficionado ávido de comprar y coleccionar puede perderse en tiendas y establecimientos de discos y memorabilia, es decir, todos esos objetos auténticos, ropa, premios e instrumentos relacionados con un artista y de los que uno puede presumir cuando paga una fortuna por ellos.

El viaje de Tardá es muy seductor para todos aquellos que han buceado en las páginas del rock y tienen sus estanterías repletas de discos. Ferias y tiendas, museos y estudios de grabación, restaurantes y locales de conciertos, barrios y ciudades (Nueva York, Londres, Mexico D.F., Detroit, Los Angeles, Memphis, París, Barcelona, Glasgow...) aparecen descritos por el autor con admiración y encanto, con la pasión de un verdadero recopilador de música y fetiches que a menudo alardea de sus estrellas de rock amigas, pero transmite con sinceridad la devoción por abarcar el alma de la música rock y por gozar simplemente con escuchar, tener, mirar y oler discos.

miércoles, septiembre 27, 2006

VOLUME TWO 20: BLIND MELON

La brusca desintegración y posterior desaparición de Blind Melon me produce tristeza. Ocurre cuando una banda te toca o te llega de manera especial, cuando en ella encuentras gestos y música que aprecias distintos y encuentras personales, arraigados a una tradición pero sin perder el billete para un tren que avanza al ritmo de los tiempos que corren. No tenían nada del otro mundo. El paso de los años puede recordarla ahora como una formación más de tantas surgidas a finales de los ochenta en la Costa Oeste de los Estados Unidos y heredera convencional de las brisas sureñas. Habrá quien se acuerde de ellos sin más elogios que los de la corrección que merece un joven grupo de rock de voz cálida y acento hippie. Puede ser. No cambiaron nada, no tenía nada del otro mundo, ya digo... o sí, tenía a Shannon Hoon.

Os conté que entre las prematuras pérdidas de la histori
a del rock lamentaba la de Jeff Buckley a los 30 años. También esta. Tenía 28 Shannon Hoon cuando su paseo por ese lado salvaje que la enciclopedia del rock recoge en varios tomos segó su vida y su voz (bueno su voz aún la conservamos en nuestros compactos). Era un crío en realidad, colega de Axl Rose en Lafayette, Indiana. Hacía coros y aparecía en el clip de Don't cry, baladón del Use your illusion. Alto, guapo y fuerte, con las ropas hechas jirones, la melena traviesa y el pecho al descubierto. Gritaba sin ruido, como quien araña sin uñas. Un ángel perdido, poseído por la ternura en los medios tiempos, un amigo para las alegrías.

Tuvieron una década de existencia (1989-1999), pocos años en ella llenos de éxito, dos discos magníficos (tres, con el póstumo) y el recuerdo que siempre queda aunque ya nadie hable de ellos. Desde diversos puntos de USA llegaron a Los Angeles y tardaron unos años en salir de los circuitos pequeños. Blind Melon (Capitol, 1992) les descubrió: allí estaba la niña vestida de abeja en la imagen de la portada y el productor grunge Rick Parashar (Temple of the Dog) puliendo un rock de poses ácidas y líneas frescas. Un single bien acompañado por su videoclip, No rain, les abrió espacios y les sacó a la carretera, primero como emergentes teloneros y poco después como cabezas de cartel. Soup (Capitol, 1995) llegó tres años más tarde, maduro pero inquieto, nervioso y pacífico. La crítica receló al principio, pero es un disco que gana con el tiempo. Entre un álbum y otro Hoon dejó de ser el chaval saltarín de su bautizo musical, recorrió el lado perverso del éxito hasta perder el norte y acabó en la cuneta, como quien dice, tumbado en el autobús del grupo con una sobredosis en las venas. Fue en octubre de 1995. Al año siguiente Capitol publicó Nico (el nombre de la huérfana hija de Hoon), un complemento que el resto de la banda añadió y dedicó a las últimas voces de Shannon antes de intentar apresuradamente seguir en la brecha y acabar esparciéndose sus miembros en otras formaciones años después.

Larga vida pese a la muerte. Aún nos queda Galaxie, Time, Toes across the floor, No rain y sobre todo Deserted y Mouthful of Cavities.

lunes, septiembre 25, 2006

VOLUME ONE 36: EL TIEMPO DE LAS CEREZAS (BUNBURY & VEGAS)

Me surgió un inesperado interés por conocer qué engendro podía salir del matrimonio musical entre Enrique Bunbury y Nacho Vegas. Anunciaron proyecto en pareja, en entrega doble y con reparto de bienes, canciones en este caso. El primero interrumpiría así el colapso creativo que inició hace cosa de un año y regresaría de su retiro de meditación en Cuba. El segundo... qué más da lo que suponía para Vegas arrimarse a Bunbury si poco importa lo que hacía antes. Pese a que alguna reseña previa al lanzamiento del disco en común, El tiempo de las cerezas, se atrevía a mencionar a Nick Drake y a Bob Dylan como inspiración latente a lo largo de su contenido, no pude más que encontrarme una vez presioné el ‘play’ y dejé que avanzara el compacto hasta su final con un resultado bastante alejado de esas alusiones, con algo sincera y simplemente decepcionante.

Al menos Bunbury sale ganando. Tiene sus admiradores en la sala, su respeto entre la prensa y un dudoso prestigio entre los músicos nacionales. Para mí no aporta nada más que una clara intención por ser diferente a todo lo que se cocina en la triste España musical; lo que obtiene, en cambio, es una ensalada cargante y empalagosa de géneros y estilos, sonidos y asuntos más propensos a la antipatía que a la veneración. Algún día, eso sí, creo que acabará pariendo un buen disco, un muy buen disco. Es mi caso, insisto, es lo que provoca en mí. A Vegas ni le he seguido bien la pista, me bastan sus antecedentes (haber fundado a los insoportables Manta Ray en su querida Asturias) y un par de infumables canciones de esmerada instrumentación, ya en solitario o en colaboración, estropeadas por su quebradiza voz de mariquita de los de siempre. Pues sí, Bunbury gana siendo sencillamente él mismo. Vegas, por momentos, incluso quiere parecerse a Bunbury, pero no tiene ni cuerdas vocales ni carácter, por mucho que sus ‘ges’ guturales lo intenten. En una tómbola le dieron el carné de cantante.

Las canciones que Bunbury canta y compone son simples canciones más de Bunbury (se permite un guiño a PJ Harvey en Welcome to el callejón sin salida, el tema más destacable de los veinte totales), algo menos recargadas, pero frías y salpicadas de referencias supuestamente ingeniosas y cubiertas por una falsa y rimbombante relevancia que caracteriza casi toda su obra. Los temas de Nacho Vegas evocan a Nick Drake, sí, a Will Oldham, la Velvet, incluso Tom Waits, y como antes decía, a Bunbury, a quien copia la imagen salvo en el negro pintado de sus uñas. Al disco en general, largo y intrascendente, caprichoso y vacío, le falta naturalidad, cuánta razón tiene Dufresne; cuánta razón tiene Pepe Guns al darle la espalda a la música española. No basta con querer imitar a los genios, hay que tener dentro alguna dote genial para poder aproximarse, y ni Bunbury, y mucho menos su compañero en El tiempo de las cerezas, la tienen. Que lo sigan intentando, algún día les saldrá algo parecido a I shall be released.

Nota: 2/10

jueves, septiembre 21, 2006

VOLUME TWO 19: THE DOORS

En plena explanada de Mendizabala durante el último y mi primer Azkena Rock Festival, entre concierto y concierto, Xusto nos preguntó a Pepe Guns y a mí qué concierto que ya no se pueda repetir nunca más nos hubiera gustado ver. Pepe no lo dudó, claro: los Guns N Roses con su formación original (bueno, este aún es posible, más bien milagroso, que se pueda volver a celebrar); yo me lo pensé un rato, por eso se me anticipó Xusto sin ninguna duda tampoco en su respuesta: los Doors. "Los Doors", dije yo también.

Puse a funcionar a velocidad de vértigo el archivador de datos y sensaciones de mi memoria para repetir por un momento a los Doors allí mismo. Me acordé entonces de aquel año de 1990 en que días antes de que se estrenara el biopic de Oliver Stone sobre el grupo me había apresurado a comprar la banda sonora en disco de vinilo de la película. Con 17 años yo sólo conocía The End, por Apocalypse Now, y Riders on the storm, que sonaba muy siniestra en un episodio de la entrañable serie de televisión Aquellos maravillosos años. Llegó poco después la película, que fui a ver tres veces al cine en distinta compañía. Y luego un The best of The Doors, y luego los seis discos de estudio comprados en paquetes de tres con precio de oferta, y luego un directo, luego otro, luego un par de bootlegs... todo en vinilo.

Pasé más de un año enganchado a los Doors, el descubrimiento de un adolescente que cada día se va chutando una pequeña dosis de rock. Su música se escuchó mucho por aquella época, bien en programas o películas, y Jim Morrison había sido resucitado tanto en espacios radiofónicos como en forma de invasión de camisetas con la clásica estampa de su cara en medio de un cartel de ‘Se busca, recompensa’. Por lo que leía en aquellos años y por el aplastante impacto con que Oliver Stone había mostrado las actuaciones en vivo del grupo, me tiraba de los pelos por no haber nacido en otro tiempo y en otro lugar para poder estar en una de ellas.

No sólo los directos de los Doors me parecían hechizantes, también su música, la creación flotante de una banda irrepetible de tal manera que no creo que nadie desde su desaparición en 1971 se le haya podido parecer. A Zeppelin, Purple, los Stones, la Velvet o Pink Floyd los halla uno aquí y allá en guiños o matices de bandas posteriores, pero a los Doors sólo los encuentras en los Doors y en aquellos turbulentos finales años sesenta. Cada uno de sus discos me parece un viaje sensorial irreproducible por nadie que no sea Morrison, Manzarek, Krieger y Densmore. The Doors (1967) te quema con su ardor; Strange days (1968) te empuja a un barrio oscuro; Waiting for the sun (1969) te asusta sin perdonarte; Soft parade (1969) te mosquea y embrutece; Morrison Hotel (1970) te calma como un sedante; y L.A. Woman (1971) te golpea con el puño en el vientre.

Light my fire, Love me two times, The changelin’, Love her madly, Five to one, Wild child, The spy, L.A. Woman, The crystal ship, Indian summer...

miércoles, septiembre 20, 2006

BONUS TRACK 12: MERMAID AVENUE (VOL. 1 & 2) (BILLY BRAGG & WILCO)

Puede que Woody Guthrie frunciese el ceño desde su cama de haber escuchado antes de que el mal de Huntington le llevase a la tumba los dos volúmenes de música americana que el británico Billy Bragg y los estadounidenses Wilco llenaron con canciones de su puño y letra que durante décadas reposaron guardadas sin melodía. El laconismo desnudo pero desgarrador de Guthrie desaparece en la creación medio-original de Bragg y los Wilco en Mermaid Avenue Vol.1 y Vol.2, compactos que actualizan los paisajes desarrapados e indefensos del legendario trovador de la Depresión con mayor (y para eso la justa) instrumentación. Es un leve exceso de equipaje de cuerdas y ligeros teclados, aunque pesado quizá para un Guthrie más conciso.

Finales de los noventa. Los herederos familiares de Woody Guthrie permitieron al cantautor Billy Bragg dotar de música a parte del más de centenar de canciones que el célebre autor de los desamparados norteamericanos había escrito desde finales de la Segunda Guerra Mundial hasta su muerte a mediados de los años sesenta. Bragg propuso a Jeff Tweedy, solista y guitarrista de Wilco, acompañarle con su banda en el homenaje de estudio que le iba a brindar a Guthrie. La primera entrega se publicó en 1998, con la foto de la vivienda del propio Guthrie en la Mermaid Avenue de Brooklyn en la portada. Dos años más tarde ampliaron el tributo con un segundo volumen ilustrado con una foto tomada por el propio Guthrie desde su hogar con su gato en primer plano.

La asociación no pudo ser más acertada. La música de Bragg y de Wilco se alimenta del aire y el clima con que las viejas canciones de Guthrie sonaban en los caminos polvorientos y en los sucios vagones de los trenes a lo largo de la árida geografía americana. El británico y Tweedy alternan voces, a veces dan paso a invitados como Natalie Merchant (10.000 Maniacs) o el bluesman Corey Harris y su espontáneo entendimiento da lugar a temas que saltan del blues al country o del folk protesta al rock, todo enlazado en coherente transición. Las magníficas Mermaid Avenues podrían haber estado firmadas por santísimas trinidades (Springsteen, Young, Dylan) u otros artesanos y creadores de altura (Petty, Mellencamp, Morrison, Ryan Adams, Harper, Casal...) Las piezas nacidas de la pluma de Guthrie y de la música de Bragg y Wilco confirman que la tradición musical americana crece y se transforma cambiando de uniforme pero sin perder su latido.

jueves, septiembre 14, 2006

VOLUME ONE 35: DEFECTOGRAFÍA (LUIS MORO)

Cuatro años reúnen hasta ahora las cuatro producciones de Luis Moro, compositor de rock coruñés que os recomendé hace meses tras ser testigo de la perfecta sintonía musical y emocional que guarda en vivo con su banda, la Tribeca’s Band. Está su grupo y otros cercanos colaboradores de la escena coruñesa detrás de Defectografía (Nothing Toulouse Recordings, 2006), un nuevo álbum que bebe de la propia mitomanía que el autor no duda en compartir con el oyente. Versos recitados o sonidos reconstruidos llevan su disco al espacio que en las estanterías dedicaríamos a Tom Waits, Ryan Adams, Ry Cooder o Calexico, referencias (esta última la más notable en buena parte de sus nuevas canciones) que al tener tan presentes podrían contagiar demasiado al creador de su fuente de inspiración, pero que, por fortuna, mantiene a un prudente margen y asimiladas a un estilo propio. Es ello lo que más se le agradece a la música de Luis Moro, que sea auténtica sin ocultar sus orígenes y modelos y que suene como muy pocos o casi nadie lo haga en la geografía musical española.

La sinceridad y el compromiso nada más que con la pasión personal con la música recorren los sonidos de Defectografía. “Creíamos que las canciones podían cambiar el mundo, ahora sé que no, pero no me importa, me basta con que me hagan sentir bien”, musita Luis en Despertares literarios, el tema más redondo de su nuevo álbum. Mejor no se puede definir su actitud. Además, de la noche nace su música y para la noche, mejor en la carretera, es perfecta su escucha; la propia Días en la carretera y todo su atrezzo sonoro lo confirman.

Defectografía es una continuación más o menos fiel y lógica de Psicodelia? (Falcatruada, 2003) y Los Vulnerables (Falcatruada, 2005) en la carrera de Luis Moro. Aparcada ahora su propuesta de guitarras eléctricas, el nuevo disco transmite calidez e intimidad (Mi sueño), relajación y cariño (Desde que decidiste no volver, La esperanza). Te sitúa en escenas de madrugada con la delicadeza con que la batería de Jose García y el bajo de Alejandro Masafret acompañan los teclados variados y sensibles de Víctor Iglesias o la trompeta de Guillermo Lancelotti. Al conjunto le pesa el tono dramático descrito por algunas letras, defectos virtuosos de la grafía de un trabajo firmado por un artista diferente y siembre bienvenido por estas tierras, las de España entera. Y eso hace falta.

www.luismoro.net
Nota: 8/10

miércoles, septiembre 13, 2006

VOLUME ONE 34: REPRIEVE (ANI DIFRANCO)

Hombre, Ani de nuevo por aquí. Y van... buf, me da pereza echar la cuenta, pero va camino de los veinte discos, me parece (o ya supera esta cifra), desde el comienzo de los años noventa. Pues ahí vuelve la pequeña Ani con su folk multidefinido y una demostración más de su talento. Sí, talento sí, aunque no siempre certificado en todas sus variadas obras discográficas.


Pese a sus subidas y bajadas, me gusta Ani Difranco, la aprecio por su libertad creativa y todavía mantengo agradable el recuerdo de cuando entré en su música con los espléndidos discos Dilate (1996) y Little Plastic Castle (1998). Con pasos cortos se ha convertido en el paradigma de la artista musical independiente plena a través de su propio sello y sin ningún tipo de exigencia comercial (ahora surgen cada vez más nuevas herederas). Eso le ha permitido amoldar su música al estado de sus emociones (y mucho se nota) y con ello ha encadenado una serie de trabajos mediocres en los últimos años. Así, con Ani y sus discos es válido utilizar etiquetas y derivados diversos que añadir a su folk contemporáneo: punk folk, jazz folk, neo folk, noise folk, artie folk. Esta última serviría para catalogar el contenido de Reprieve (Righteous Babe, 2006), el disco con material novedoso que más tiempo ha tardado en terminar la artista de Buffalo desde su álbum anterior, dos años.


El resultado es tan coherente como imprevisible, tan inquietante como gratificante. Valen las paradojas si se tiene paciencia y se presta reposada atención. Ya digo, tiene Ani Difranco una veintena de discos pero Reprieve no se parece a ninguno de los anteriores, a lo sumo puede recordar a Up up up up up up (1999) o a sus colaboraciones con el trovador country Utah Phillips por su extravagente mixtura de efectos sonoros y ruidos como apoyo a la guitarra acústica limpia de la autora. Hay tráfico, trenes, pájaros, lluvia, campanillas y sonido de otros animales en los 46 minutos del disco; escasea la percusión y el bajo; es el score de una película americana independiente, la música para un film de Steven Soderbergh. Un par de temas son grandes, Millenium Theater y Half-assed, los demás se quedan cortos. Más que nunca Ani puede compararse a un Tom Waits salido de la ducha. Difícil de escuchar. Mejor en momentos bajos.
Nota: 6/10

VOLUME ONE 33: REVELATIONS (AUDIOSLAVE)

Aunque gana por 3 a 1 Rage Against the Machine frente a Soundgarden en la formación de Audioslave, lo cual en principio me desanimó bastante, el desenlace en que ha culminado el encuentro de Tom Morello (guitarra), Tim Commerford (bajo) y Brad Wilk (batería) con el ex vocalista de la banda de Seattle Chris Cornell ha superado mis expectativas iniciales. Audioslave (2002) fue un sabroso plato combinado cocinado con equilibrio entre el estruendo de RATM y la rebajada furia de la garganta de Cornell, todo filtrado por la batuta sónica del productor Rick Rubin. Cochise, Show me how to live, Like a stone o Shadow on the sun son alturas de una montaña rusa en la que nunca se sufre de vértigo. Out of exile (2005) prolongó la sintonía entre los componentes del grupo con una pizca menos de agresividad pero originó otras buenas piezas como Be yourself o la canción titular. Sólo un año después Audioslave empaqueta su tercer álbum, Revelations. Quizá las prisas por cerrar su contrato de tres discos con Epic y separar caminos tienen algo que ver.


Después del desierto y el océano ahora el planeta, decorado con la llama simbólica de la banda a vista de satélite, ilustra el nuevo disco de Audioslave. Rubin (ahora con Metallica y en breve con U2 y Velvet Revolver) cede la producción a otro artesano mágico, Brendan O’Brien, mezclador en Out of exile, y el grupo despliega de nuevo su post-grunge (permitidme llamarlo así) con inercia y eficacia a base de proezas de voz, riffs carraspeantes y esas florituras a veces grimosas de la guitarra de Morello. Es la portentosa base rítmica de Wilk y Commerford la que se impone en un resultado conocido y da soporte a unas canciones quizá menos inspiradas (sobran un par) que las de las entregas previas aunque provistas de fuerza contagiosa. Las estupendas Shape of things to come y Wide awake fueron escogidas por Michael Mann para su Miami Vice cinematográfica. La fórmula, con tres discos en el historial, quizá no dé ya más de sí.
Nota: 7/10


lunes, septiembre 11, 2006

SOUNDTRACK 18: MANN-MANÍA

Entiendo el cine, entre varias concepciones, como un regalo artístico directo al sentimiento, a la emoción, y disfruto por ello con películas que trascienden la simple contemplación, films cuya historia o sus imágenes y el modo en como su autor las combina taladran el cuerpo y perturban de cualquier manera nuestro corazón. Ahí incluyo a un director apartado del concepto comúnmente entendido como autor de culto (véase David Lynch, Jim Jarmusch, Peter Greenaway o algún que otro cineasta oriental), pero al que yo le rindo mi culto particular, una adoración que refuerza siempre mi romance eterno con este nuestro arte primero entre todos los que haya.


La filmografía de Michael Mann no es perfecta, pero en ella aparecen tres obras redondas, perfectas. Son lecciones de cine en todas sus tareas o componentes (montaje, guión, música, interpretación, diseño, fotografía, dirección), en las que los argumentos avanzan inquietos acompañados de imágenes de nerviosa pero irresistible belleza. Muchos de vosotros las habréis visto: Heat, El dilema y Collateral. Son obras de acción física e interior, de parejas de hombres de rigor y honor, que no ocultan ni sus vicios (los más) ni sus virtudes (no tan limpias como debieran ser) y caminan hacia soluciones drásticas porque se ven condenados a resolver complejos conflictos morales. Son películas que esconden situaciones cotidianas en la rutina de policías y ladrones, víctimas y verdugos, asesinos y tipos corrientes, en las que el intimismo con que aparecen descritas las vidas y los trabajos de sus personajes convierte sus acciones en actos únicos e incluso épicos.


Conocéis las películas, ¿verdad? Y quienes aún no hayáis visto alguna estaréis al tanto de qué tratan y quienes son sus intérpretes. Por eso me voy a permitir extraer fragmentos de esas obras dirigidas por Michael Mann para animaros a verlas o para compartir con quienes ya lo habéis hecho (seguro que más de una vez) unos instantes de su maestría argumental y de su fascinante poder visual y sonoro:


las noches de Los Angeles salpicadas de luces “iridiscentes” en Heat y Collateral

la cámara a ras de asfalto en persecución de un coche

un duelo sin pistolas en un local de jazz en Collateral

un duelo de palabras, halagos, sueños y advertencias entre Pacino y De Niro en una cafetería

Jamie Foxx rodeado de matones transformado en un tipo valiente y lanzando amenazas

la cámara en el cogote y el sudor de los protagonistas

Moby en un aeropuerto, BB King en un restaurante, Audioslave en un taxi, Paul Oakenfold en una discoteca, Massive Atack en un hall, Elliot Goldenthal, Lisa Gerrard y James Newton Howard...

Russell Crowe desolado en una habitación de hotel con el saludo de sus hijas imaginado en la pared en El dilema

Pacino tratando de consolarle en pleno atardecer en la orilla de una playa con el agua hasta las rodillas

treinta segundos para despedirnos y nunca más volver a vernos porque la pasma nos sigue los talones

el mejor tiroteo de la historia del cine en Heat y el atronador ruido de sus disparos en nuestros oídos

Cine en carne viva.

Se acaba de estrenar Miami Vice, la adaptación para cine de la serie televisiva de la que Michael Mann fue uno de sus creadores en los años ochenta. Esta Corrupción en Miami en pantalla grande presenta todas las señas de identidad del cine de Mann y vuelve a introducir al espectador en el propio estómago de un mundo de crimen, delitos y policías que el autor de nuevo recrea con fidelidad, crudo realismo e irresistible encanto. Miami Vice se queda a un paso de alcanzar esa perfección de Heat, Collateral y El dilema por un pequeño bajón de ritmo y un dramatismo menos creíble en la relación de amor entre dos de sus protagonistas. Por lo demás, es otro trabajo magistral de Michael Mann con escenas de acción impactantes (pocas pero las justas), planos nerviosos y bellos, personajes íntegros y pasión por el cine.


Para saber más de Michael Mann.
Si quieres leer una crónica de Miami Vice.

martes, septiembre 05, 2006

LIVE IN 26: PEARL JAM & AZKENA ROCK

La segunda sesión del verano vasco de festivales musicales me llevó a Vitoria, de nuevo en la compañía inigualable y fantástica de Pepe Guns. El Azkena Rock Festival 2006 nos juntó también con el bueno de Xusto y los tres asistimos a dos días y casi una decena de conciertos (no todos completos) compartiendo pizzas y coca-colas, comprando discos y camisetas. La culpa la tiene el rock and roll.

Los favoritos se colgaron la medalla de oro. Su éxito eclipsó al que tuvieron una buena parte de los demás. Hubo quien cuestionó tras el anonimato de los foros que la organización contratase como plato fuerte y cabeza de festival a Pearl Jam, que recurriese a la comercialidad frente a la integridad de más bandas menores, artistas de culto y músico de altura aunque de estatus más bajo. Pueden seguir quejándose si quieren, pero Pearl Jam no sólo llenó de esa misma integridad el recinto descubierto de Mendizabala, sino que entusiasmó al grueso de una audiencia (en general, hay quisquillosos y listillos a contracorriente en todos partes) conforme y satisfecha.

Pero antes:

-Eagles of Death Metal divirtieron con su rock stoner depurado y accesible, pero sin Josh Homme a cargo de ningún instrumento.
-Redd Kross empalagaron con su rock rabioso demasiado salpicado de pop juvenil.
-Buckcherry convencieron con su hard rock de esencia angelina y el incontenible Joshua Todd megatatuado gritó y brincó al frente de una formación eficaz y recuperada.
-New York Dolls confirmaron que sólo el pasado les permite mantener una imagen fiable y viva porque en el presente, con su retorno al estudio y a la carretera, parecen más bien ridículos (de ello se encarga sobre todo un patético David Johannsen al micro); sólo un par de buenos momentos blues animó su caduca actuación.
-Supagroup no se salieron de su manido guión de rock gamberro con más brío que talento o variedad.
-Wolfmother asombraron a todos con una fórmula mágica: sonar a Led Zeppelin, Black Sabbath, Motorhead y Deep Purple con destellos de sonido stoner y de los mismísimos The Doors y ser ellos mismos, no un mejunje indigesto sino una macedonia de sabor propio, oscuro y refrescante al mismo tiempo. Brillante medalla de plata.
-(desde la distancia y por diferentes razones escuché parte de la sosa actuación de Big Star, de la insufrible de Nick Oliveri y Mondo Generator y del más jugoso concierto de los versátiles My Morning Jacket).

“El Azkena puso las tostadas y PEARL JAM la mermelada” (jeje). De nuevo, Pearl Jam me hizo amar el Rock N Roll. Por volver a ser joven, por saltar entre la multitud, por arrancar con Go y culminar media hora inicial espectacular con Even flow, por acordarse de Daughter y Why go, Elderly Woman... y Betterman. Por Eddie Vedder pletórico de gargante con y sin guitarra, un punto alegre y carismático sin poses. Por McCready poseído de feeling en sus veloces solos. Por Ament y su robusto bajo pintado de colores. Por los saltos recobrados de Gossard. Por el ritmo veloz y los ardientes redobles de Cameron. Por Alive, himno de esperanza, éxtasis de fans y músicos que despierta las ganas de lanzarse al vacío y seguir vivo. Por Rockin’ in the free world y el poder de una guitarra eléctrica...

Cinco tipos de lo más normal sobre un escenario ante unos miles de seguidores. Siguen en buena forma. Medalla de oro. Ten. Matrícula de honor. Keep on rockin’. Gracias.

BOB & SCARLETT

El post anterior tiene postre, un complemento delicioso para el paladar servido gracias al buen gusto del amigo Red.

Disfrutádlo por partida doble: su voz enternecida sobre la música cálida, y ella, simplemente ELLA.