martes, abril 29, 2008

VOLUME TWO 39: OTIS REDDING

La inyección de soul que me he metido estos días contiene un poco de Otis Redding, de quien tenía ganas de empaparme con algo más que sus éxitos de sobra conocidos. No poseía Otis una de las voces que más me entusiasman del soul, pero sí una de las que creo que mejor interpretaba las canciones, y pretendía indagar un poco más en su corta carrera, una más que la muerte accidental cortó de cuajo en la cima de la fama y en el desenfreno de su talento. Para ello me hice con Otis! The definitive Otis Redding (Rhino, 1993), una box set de casi cien temas en cuatro discos que abarca prácticamente toda la creación de Otis, desde sus primeras composiciones y duetos con Carla Thomas, hasta las de sus últimos días, además de algunas piezas perdidas durante años, versiones de Sam Cooke, James Brown o The Beatles y el testimonio en directo de sus actuaciones en el Teatro Apollo de Nueva York y el Festival de Monterrey de 1967, el terreno en el que Redding mostraba toda su explosiva grandeza.

Así de golpe, con el consiguiente cansancio pero nunca agotamiento, escuché un disco detrás de otro para entrar en calor con el soul y R&B ágil y polifacético de Mr. Redding. Sus temas lentos y algunos medios tiempos poco me han convencido, pero esa cortesía con las que cantaba sus baladas quedaba totalmente eclipsada por la abrasiva inmediatez de sus directos, en los que aullaba y maullaba, sudaba como una animal y contagiaba de excitación con su gruesa sonrisa. Otis era un notable compositor y a sus melodías propias añadió otras con la firma de un genio como Steve Cropper, con quien parió ni más ni menos que Mr. Pituful, Fa fa fa fa fa (sad song) o la inmortal (Sitting on) the dock of the bay. Tuvo a su lado a magníficos músicos de acompañamiento, The Bar-Kays, con los que dio cuerda a una música que ningún accidente de avión puede matar.

Mucho tiempo después de que su voz se apagara a los 26 años, percibo en ella ecos que años más tarde sonarían en las muecas vocales de Mike Farris (Screaming Cheetah Wheelies) y Chris Robinson (The Black Crowes) en sus bandas de rock cuyo germen yace sobre la hierba del soul.

domingo, abril 27, 2008

VOLUME TWO 38: THE STAPLE SINGERS

Al abrigo de STAX, compañía discográfica de Memphis, iniciaron y desarrollaron su carrera numerosos músicos norteamericanos de soul durante los años sesenta. Muchos continuaron en la casa hasta su disolución a mediados de la década siguiente y otros cambiaron a sellos paralelos después de haber grabado sus trabajos más memorables en STAX. Como The Staple Singers, una familia musical cuya música soul brotó de raíces gospel, creció en terrenos folk de protesta y derivó hacia las lindezas del pop teñido de funk del cambio de década.

Pops Staples, con su aspecto bonachón, mantuvo a la familia unida en los escenarios. Su hijo Pervis abandonó en cambio el barco en plena travesía y el grupo consolidó su imagen y su música con la voz y la guitarra galantes de Pops acompañado de las voces sutiles de sus hijas Cleotha, Yvonne y Mavis, la menor de la prole y la que más personalidad poseía en su interpretación vocal. Los Staples aportaron sus canciones protesta contra las injusticias raciales en los agitados sesenta y compaginaron su inconformismo con las circunstancias con la solidez de sus éxitos comerciales más sonados. Éstos llegaron de la mano de STAX con los dos álbumes Soul Folk in Action (1968) y We’ll get over (1970), en los que los mejores músicos de sesión de la compañía, ni más ni menos que Steve Cropper con Booker T & The MG’s, contribuyeron a universalizar el sonido limpio, calculado e impecable, sin estridencia alguna, de Staple Singers, el mismo que compartían con otros artistas en nómina como Albert King, Carla Thomas, Wilson Pickett, Otis Redding...

Más discos siguieron a aquéllos, en Warner y Curtom, probablemente no alcanzaron la misma altura pero en ninguno el grupo, la familia, perdió esa dulzura natural de su soul exquisito que muchos años después sigue tan vivo, sin ninguna mancha de caducidad e ideal para hacer más entretenido y corto cualquier largo viaje en carretera.

viernes, abril 25, 2008

VOLUME ONE 134: FOR MY FRIENDS (BLIND MELON)

El mismo día en que Nick Cave & The Bad Seeds se plantaban en Oporto, otra banda lanzaba al mercado el disco con el que ponía fin a su retiro de casi una década, trece años después de la muerte de su vocalista. Blind Melon tuvieron algo de vida después de que Shannon Hoon la perdiera, pero el vacío que dejó acabó por hacer desfallecer al grupo norteamericano que en los noventa había deslumbrado con sus dos primeros álbumes, Blind Melon (1992) y Soup (1995). Sus miembros tomaron caminos diversos a finales de la década sin abandonar las tareas musicales y transcurrido un largo tiempo acordaron reencontrarse. El cuarteto superviviente necesitaba una voz nueva y la que al final les convenció fue la de Travis Warren, un tejano ahora más joven que Hoon cuando murió procedente de una banda llamada Rain fur Rent. For my friends (Adrenaline, 2008) da nombre a su reaparición.

Tenía entendido que Blind Melon preparaba algo nuevo, pero desconocía el momento en que lo iba a presentar y no me había planteado qué podría guardar su entrega novedosa de canciones. Lo que For my friends contiene es una continuación descarada de la música que el grupo fabricaba en sus trabajos iniciales, ni más ni menos, ese rock fibroso con piso psicodélico y planta grunge. Aquel que no supiera lo que le ocurrió al malogrado Hoon incluso diría que el fallecido es el mismo que ahora se pone ante el micrófono sin la tristeza con la que a veces quedaba cubierta la voz de Hoon. ¿Fidelidad al origen?, ¿tributo al difunto? Ni idea.

Un dilema habitual sale de nuevo a colación: ¿evolucionar o permanecer? Blind Melon ha optado por continuar lo que la muerte paralizó hace más de diez años. En este sentido, el nuevo disco tiene fecha de 2008 como podía tener la de 1998, sin sorpresas, sin riesgo, con cierta monotonía que rompen tres o cuatro (Wishing well, For my friends, Down on the farmacy, Cheetum Street) cortes dignos de pinchar más de una vez.

Nota: 6/10

miércoles, abril 23, 2008

LIVE IN 53: NICK CAVE, COLOSO EN EL COLISEO (22/4/2008)

El verdadero carácter y el auténtico valor de un artista se mide y comprueba en vivo y un directo. A Oporto nos fuimos Dufresne y yo para saldar cuentas pendientes con Nick Cave & The Bad Seeds. Nos acompañó la persistente lluvia gallego-portuguesa y Grace Potter and The Nocturnals como aperitivo en el reproductor de cds. A la breve ronda a pie por la decadente ciudad le siguió la entrada en el asombroso Coliseo de Oporto, cálido templo con lámparas nebulosas y acústica ideal. Segunda fila. Tres mil quinientas personas. Teloneros para olvidar, de Australia también. Empieza la acción tras la impaciencia.

Salen las seis malas semillas y empiezan a hacer ruido: Sclavunos y Wydler en las dos baterías y percusiones, Savage en las teclas, Casey al bajo, Harvey en la guitarra y Ellis a cualquier cosa y con sus guitarras pequeñas de cuatro cuerdas, cubierto de barba cual desarrapado de una cueva. Aparece Cave. Bigote de truhán, cabellos largos hacia atrás, camisa y chaqueta negras, pantalón azul con el dibujo de escamas de cocodrilo. Salta, cae con las piernas abiertas, las rodillas hacia adelante, las manos al cielo, se contornea, desafía al público con la media sonrisa del tirano, lo señala, lo excita, su voz explota como un torrente. Agradece, provoca, se lanza a abofetear los teclados, se cuelga una guitarra que maltrata, se adelanta a metro y medio de nuestras caras, nos mira y se crece. Es un dios en ese momento. No para un instante, lo deja todo en cada verso, en cada tema, expulsa demonios por su garganta, un predicador. Una presencia imponente. ¿Chulo? Sí, un animal en escena. Hay que verlo con los propios ojos.

Gran concierto el del Nick Cave, alguien que no figura entre mis rockeros favoritos pero al que quería ver y oír de cuerpo presente. Interpretó la banda casi entero su último trabajo, Dig Lazarus dig, con una energía envidiable, rescató la vieja Deanna, tres ‘murder ballads’ y sólo una joya del anterior trabajo, aunque sin duda la mejor de la noche, The lyre of Orpheus. Se echaron en falta más temas de aquel disco, pero esta es otra gira, claro. Una pasada de todas formas. El público se hartó a pedir más. Y ahí estuvimos para poder contarlo.

Podio:

1. The lyre of Orpheus

2. Stagger Lee

3. Midnight man

lunes, abril 21, 2008

GOODBYE DANNY

No tuve el gusto de conocerle, pero de algún modo ahí estaba Danny cerca para ofrecer su sonrisa desde los teclados o detrás del acordeón. Alguien a quien quieres sólo porque te gusta la música que hace. No le falló nunca al jefe, nunca fallaba él para que la banda siguiera funcionando, año tras año todavía. Adiós Danny. Gracias.

sábado, abril 19, 2008

GREATEST HITS 42: TRY (JANIS JOPLIN)

No encuentro palabras. ¿Hacen falta? (Ojalá estuvieras aún con nosotros).

viernes, abril 18, 2008

VOLUME ONE 132 & 133: CLAN E IVÁN

Parada en casa, apartemos maleza diseñada para la burda inmediatez y detengámonos un momento en artistas que descansan en otra corriente, sin la urgencia del triunfo por bandera.

Me cuentan que Memorias de un espantapájaros (DRO, 2008), el nuevo disco de M Clan, está empapado de felicitaciones, pleno de estrellas y números altos junto a las reseñas publicadas. Lo compruebo primero en la red y eso me encuentro en los textos. Me lanzo a comprobarlo después. Bien, es cierto que el álbum reposa en una producción medida y exacta, con el sonido adecuado en cada instante bajo el control de Carlos Raya en la producción. Es cierto también que las letras más trabajadas de Carlos Tarque desvelan un cambio espontáneo en la banda murciana hacia el recogimiento y la nostalgia, lo que lleva a algunos a escribir y proclamar que el grupo ha dado un paso hacia la madurez. ¿Por qué se habla de madurez cuando alguien rebaja los decibelios y las exigencias de garganta, cuando en el caso de M Clan ya habían madurado lo suficiente con su anterior Sopa fría (2004) y en sus excelentes actuaciones en vivo? El caso es que estas Memorias… se quedan un poco en el medio de todo. Su formidable factura envuelve canciones que miran al pop (las más) y al rock (las menos), bien tocadas y no tan bien cantadas, clásicas pero frías, ninguna memorable, sin los estribillos que otras veces han popularizado tanto al grupo. Se escucha, se vuelve a escuchar y aquí no pasa nada.

Nota: 5/10

En el caso del vigués Iván Ferreiro no se puede ser tan generoso en la imprenta, aunque seguro que las estrellas también rozarán el pleno en algún lado. No mucho después de su primer trabajo en solitario en formato largo y de un inmediato EP, ahora vuelve el ex Pirata a torturarnos con su voz de dibujos animados en Mentiroso mentiroso (2008). Aquí musita y a veces berrea pildoritas pop con estrafalarios juegos instrumentales y un manto de espesura sonora agotador cuando los temas se quitan de encima la blandura. El problema es él sencillamente (alguna pluma le llama ‘pope’ del pop nacional sin pensarlo dos veces), pésimo vocalista (y eso qué importa en realidad, pensará Najwa, por ejemplo), un tormento después de dieciséis plomizos cortes donde afirma haber querido “contar cosas que tuviesen que ver con la verdad (…) pero que acabaron convirtiéndose en una mentira”. Los hay más insufribles un poco más al norte.

Nota: 3/10

martes, abril 15, 2008

VOLUME ONE 131: CONSOLERS OF THE LONELY (THE RACONTEURS)

Si este disco me hubiera parecido defectuoso, como en principio esperaba, no habría perdido el tiempo dedicándole unas líneas, pero no me cuesta reconocer que las apariencias a veces confunden y que nunca es tarde para abrir una puerta de relativa confianza a alguien a quien aún tiene mucho camino por delante antes de cruzar el umbral. Los halagos no cuestan y los desprecios tampoco, aunque depende de quién los dedique. Los míos no son más que palabras que se lleva el viento. Jack White es un tipo que me causa repelús y un músico que me parece mediocre, un intoxicador de canciones incomprensiblemente bien considerado entre colegas y periodistas del mundillo. Casi nada de lo que tiene que ver con él me gusta (salvo de la hoguera su producción para Loretta Lynn), pero debo admitir que el segundo álbum que acaba de editar con su banda de amigos, The Raconteurs, no me desagrada. Tampoco me encanta, eh.

Consolers of the lonely (Warner, 2008) vuelve a separar a Jack de Meg y a unirlo a Brendan Benson y a la sección rítmica de The Greenhornes, el bajista Jack Lawrence y el baterista Patrick Keeler. Lo que no acertaba a exponer el primer disco, Broken boy soldiers (2006), lo perfila mejor su continuación. Ahora el grupo suena y camina hacia un lugar concreto. Jack White manda. Los latigazos de chatarra abren el disco y se esparcen con gotas más adelante como si la sombra de White Stripes, pero con bajo, marcase la dirección. Cuando los temas se suavizan da gusto apreciar matices, bonitas creaciones; cuando se enfurecen no siempre salen afortunados, el vicio del exceso macarrónico de su principal compositor convierte algunos en material sobrante.

Nota: 6/10

SOUNDTRACK 62: HEIMA

Consejos para ver, palpar, oler, escuchar, saborear, soñar y disfrutar Heima:

Olvidar nuestro entorno, desconectar de sus reglas. Anular los pensamientos. Relajar completamente el cuerpo, presto a ser manoseado por las manos de una masajista. Borrar cualquier atadura con la civilización. Y eliminar todo recelo hacia la música que creemos imposible de digerir, porque es posible.

Heima es un asombroso documental sobre el retorno del grupo musical Sigur Rós a su tierra, Islandia. Hace dos años esta extraña y difícil banda de rock ambiental, muy dada a insistir en turbios experimentos sonoros y vocales, volvió a su país para sorprender a sus habitantes con conciertos imprevistos en los lugares más inhóspitos de su poco poblada geografía. Las impresiones personales de los cuatro componentes, de unos pocos de sus colaboradores y algunas actuaciones de aquella peculiar gira hogareña aparecen intercaladas en Heima con planos fijos, cortos unos largos otros, de los increíbles paisajes de Islandia: sus cascadas intimidantes, los cielos perpetuamente encapotados, las costas glaciares, los desiertos de hielo, las playas de arenas negras, y sus seres amistosos de tímido hablar. Es la fusión de esos grandes espacios o rincones con la música absorbente y esquiva de Sigur Rós (un grupo al que nunca presté interés y por el que la prensa británica se rinde en alabanzas) lo que convierte Heima en un placer para los sentidos.

Una invitación a perderse en los confines de la tierra sin temor alguno al hielo y al frío.

domingo, abril 13, 2008

VOLUME ONE 130: SERA CAHOONE (SERA CAHOONE)

Chicas. Alabadas ellas, para lo bueno y lo malo. Ya no somos niños, pero la edad no nos prohíbe mirar sin despegar la vista a una hermosa pasajera de nuestros días cuya belleza creemos que nunca más va a pasar de nuevo ante nuestra mirada. Así llevo unos días con Sera Cahoone, sin apartar el oído de su música, recreándome en los ángulos de su cara y el contorno de sus líneas corporales, recreándome en los ecos metálicos de su sonido folk lustrado y el compás de su voz tierna y reposada. Su primer disco lleva su nombre y su fecha es 2006, aunque no soy el primero en acabar de descubrirlo. Es de Colorado, pero adoptada por la lluviosa Seattle, colega de los Band of Horses (buen primer disco el suyo) y de Iron and Wine, con quienes ha girado, precoz batería de ambientes muy indies, y ahora solista y autora.

Y Sera Cahoone, el álbum, es una corta presentación de paisajes americanos y travesías emocionales. Le bastan pocos instrumentos y armonías básicas (escobillas por baquetas, slide quejumbrosa, banjo, finas armónicas y una acústica dominante) para emparentarse con una Neko Case menos torrencial o una Cat Power más campestre y menos sofisticada. No me despego de esta chica, aún no me atrevo a escuchar su segundo álbum, de este año, por miedo a que me guste menos que su primer trabajo.

Nota: 9/10

viernes, abril 11, 2008

VOLUME TWO 37: RAMBLIN’ JACK ELLIOTT

La reciente escucha de I stand alone, servido por el imprevisible y siempre interesante sello Anti, me ha reencontrado con Ramblin’ Jack Elliott, un autor entrañable al que la historia de la música tiene apartado, pero no olvidado, en relación con sus colegas de generación. De algún modo, fue el mentor de Bob Dylan, además de inspiración para Pete Seeger pese a ser mayor y compañero de fatigas de Woody Guthrie a comienzos de los cincuenta. Woody se quedó en el camino, inválido desde una cama de hospital donde encontró la muerte; Pete combatió con su voz e instrumento las desdichas e injusticias de sus tiempos; y Bob no tardó en escapar del nido tras aprovecharse del dócil Ramblin’ Jack para pisar todos los terrenos, jugar con las masas, huir de ellas y alimentar su mito año tras año.

Ahí está la gran diferencia. Ramblin’ Jack Elliott siempre le fue fiel al folk tradicional americano y sobre sus paisajes y estructuras cultivó una carrera tan larga pero menos fértil y vacilante como la del propio Dylan. A Jack no le llueve la veneración, pero sí el respeto; no es objeto de mercado, de biografías y estudio (aunque sí tiene documental, The ballad of Ramblin’ Jack, del año 2000 y dirigido por su hija). Jack, sin poesía en la sangre y con más cercanía humana en su discurso, vale tanto como el que más, aunque nunca le haya interesado tener más.

Hay algo en la música simple y familiar de Ramblin’ Jack que lo convierte en un autor querido y admirado, enternecedor. Quizá sea su pureza vocal, el canto nasal que heredó de Guthrie y le robó Dylan o la sutilidad con la que toca su guitarra. O la sencillez de sus canciones tradicionales, desnudas casi siempre de artificios, con su guitarra, su voz, la armónica y nada más. Entre 1957 y 1964 encabezó junto a Seeger, Dylan o Joan Baez aquel pelotón de cantautores protestotes; se desmarcó poco después o se quedó en el sitio. Grabó de vez en cuando y tardó 25 años en volver a cantar con un magnífico retorno, South Coast (1995). Once años después, con I stand alone (2006), una colección de cancioncillas casi interpretadas en carne viva con la variada compañía de Flea o Lucinda Williams como invitados, se ha vuelto a hacer querer.

miércoles, abril 09, 2008

BONUS TRACK 44: IT’S ONLY ROCK ‘N ROLL (THE ROLLING STONES)

Ya que estamos, y al hilo de lo apuntado y comentado en otros blogs, rebobinemos hasta el techo satánico de sus majestades para empaparnos de la quinta esencia de su música diabólica, sólo rock n roll, esa bendición.

Son dos temas sobre todo, los que cierran cada cara del vinilo It’s only rock ‘n roll (Virgin, 1974), lo que eleva este disco a la cima de mis obras preferidas del grupo, de la década y de más allá. Además de los riffs de Richards (Dance little sister), el soul reconvertido en rock (Ain’t too proud to beg), tiernas baladas experimentales (If you really want to be my friend) y las retorcidas convulsiones vocales de Jagger (It’s only rock ‘n roll (but I like it)), está Mick Taylor en ebullición antes de cruzar las puertas de salida y dejar a la banda sin su mejor guitarrista. Time waits for no one sobrepasa los seis minutos y medio de dolorida efervescencia guitarrera y teclados de ensueño para trasladarte a otro dimensión más bien ilusoria que tangible. A la misma duración llega Fingerprint file para cerrar el álbum entre funk y dance, anticipando futuras exploraciones de los Stones y transportando al oyente a una maraña psicodélica de vicio y sudor.

Sólo llevaban diez años en escena y la leyenda construida no había quien la borrase. Dos años después llegó Ronnie para suplir a Taylor. Medio Black and blue está bien, Some girls entero está mejor; el baile, los ochenta, el bache, la resurrección, la pasta, el olvido de unos, la devoción de otros, lo que tú quieras.

martes, abril 08, 2008

VOLUME ONE 129: DIAMOND HOO HA (SUPERGRASS)

Con su permiso le robo el adjetivo a Dufresne. Diamond Hoo Ha (EMI, 2008) es un disco “divertido”. ¡Y qué divertimento! Supergrass siguen siendo divertidos, que no graciosillos; ya son adultos joviales (además de excelentes músicos), que no jovencitos sin madurez… pueden mirarse en su espejo chavales en pañales como los ‘monos árticos’ o unos tal The Rumble Strips, vergonzosos.

Al grano: el sexto álbum del grupo inglés en trece años recupera la festividad guitarrera de su debut, I should Coco (1995), y de su sucesor, In it for the money (1997) y se desmarca de la más comedida atmósfera del precedente trabajo, el fabuloso Road to Rouen (2005). Se refuerzan más los riffs, pero por lo demás, como hace una década, la banda en la que tan bien entona y modula Gaz Coombes sigue tirando de los coros risueños de aire retro y de la variedad simpática de enfoques instrumentales para facturar en poco más de cuarenta minutos un combinado sabroso de canciones la mar de divertidas.

Nota: 7/10

lunes, abril 07, 2008

SOUNDTRACK 61: DELICIAS Y EXCREMENTOS CON TUFO INDIE AMERICANO

Las fronteras del cine americano con apellido indie no parecen claras. Si una millonaria estrella de la interpretación patrocina un proyecto indie, la película deja de ser tan indie a ojos del puntilloso crítico y espectador. Si una empresa major de Hollywood financia y distribuye un film firmado por un autor indie o un desconocido recién salido de la facultad de cine, la película de indie ya no tiene nada en opinión del mismo crítico y espectador. Si una peli indie triunfa más allá de los modestos festivales en los que se presenta y después amasa dólares de recaudación en cadenas de cines comerciales (además de algún Globo de Oro e incluso un Oscar, por ejemplo), el espectador y crítico en cuestión ya tienen muy claro que la película es un producto comercial en toda regla.

Detesto el término. Detesto también al público que abraza el cine indie de antemano por la única razón de rechazar cualquier otro cine con presupuestos más altos, rostros más conocidos e historias más convencionales. Por eso al ver una película americana de las llamadas indies prefiero decir que se trata de un film “con tufo indie” más que puramente indie.

Para llevar esta etiqueta encima los argumentos requieren mínimos presupuestos y suelen centrarse en pedazos de la vida misma de seres y tipos con alguna rareza en sus existencias, personas a las que les falla la comunicación, que sufren retorcidos problemas emocionales, sus familias les aíslan o ellos se apartan; son personajes con actitudes y actuaciones que juegan al límite de la razón o la lógica, y cuyas situaciones recogidas en lo que dura la película avanzan despacio, más sujetas a detalles mínimos y a acciones imprevisibles que a decisiones grandilocuentes. Y como en todo, hay hermosas películas de tufo indie y apestosos disparates de tufo indie. Me limito a recomendar o a desaconsejar algunos de los que he visto últimamente.

Vamos con éstos primero para acabar con un mejor sabor de boca. Por ejemplo, conviene descartar The Brown Bunny (Vincent Gallo, 2002), con la controvertida y explícita mamada de Chloe Sevigny al vanidoso y desquiciante Gallo. También huid de Junebug (Phil Morrison, 2005), Palindromes, del acomplejado freak Todd Solondz, Love Liza, Thumbsucker, Shortbus (John Cameron Mitchell, 2006), Half Nelson (Ryan Fleck, 2006) o cualquier engendro desfasado de la Factoría Andy Warhol.

Por el contrario, dejan una agradable sensación Buffalo 66 (esta vez más cotidiano y menos egocéntrico Vincent Gallo); Mala noche (1985), de un primerizo Gus Van Sant; las premiadas Little Miss Sunshine y Juno, la que merecería más premios Transamerica; The Chumscrubber, The station agent, Delirious, de Tom Dicillo o Lars y una chica de verdad (Craig Gillespie, 2003), atención, prevista para finales de mes en salas grandes, también aptas para películas pequeñas.

sábado, abril 05, 2008

SOUNDTRACK 60: SHINE A LIGHT

Me encuentro con gente (conocidos, amigos o desconocidos) que me dice que The Rolling Stones dejaron de existir hace más de dos décadas, tipos que no encuentran rastro de la banda más grande del planeta en los últimos discos de estudio que han publicado, los estupendos ¡desde luego! Voodoo lounge, Bridges to Babylon y A bigger bang. Yo me niego a pensar igual. Yo no pienso en el dinero ni en el negocio, yo pienso en la música que este grupo de viejos ingleses sigue regalando y reinterpretando. ¿Quieren un nuevo Sticky fingers, un nuevo Exile on Main Street, un nuevo Some girls incluso? No hace falta. ¿Alguien le pide a Bowie un nuevo Ziggy Stardust (en realidad los tiene mejores)?, ¿para qué, para hacer el ridículo, probablemente?

Shine a light es un conciertazo en primerísima fila. Lo podría haber filmado cualquiera, un pesado Robert Altman si continuase entre nosotros al estilo de la insoportable Nashville; un Spike Jonze colocado o una babosa Jane Campion. Pues no, lo filma un tal Martin Scorsese, quien no tiene por qué repetir la intimidad con que hace treinta años rodó El último vals con The Band, quien treinta años después mantiene la misma devoción por una banda auténtica y absoluta de rock and roll que además de amasar fortuna inteligentemente entrega todas las gotas de sudor en cada una de sus actuaciones. Y eso es lo que importa.

Shine a light confirma que estos tíos, los Stones, pertenecen a otro mundo, proceden de otra dimensión. ¿Que su público de ahora, como el que le presencia en el Beacon Theatre de Nueva York, es muy pijo? Vale. Pero en el rock, el blues, el soul y el country con los que respiran no hay distinción de clases. La música vive en el interior de uno mismo y los Rolling nunca mueren.

viernes, abril 04, 2008

VOLUME ONE 128: THREE LEGS OF TROUBLE (STONERIDER)

De repente, surge alguien a contracorriente. No lo hace rompiendo moldes, retorciendo géneros ni inventando esquemas, lo hace regresando a estilos que parecían olvidados, eclipsados por el curso imprevisible que toma el rock and roll, retorna a sonidos que creíamos caducados (a sabiendas de que la fecha de caducidad se la ponemos nosotros a la música que escuchamos). Stonerider, desde Atlanta, resucitan el hard rock que Los Angeles, en los ochenta, escupió desde los escenarios donde Poison, Mötley Crüe y Guns N Roses saltaban. Si hace unos años nació de Suecia una oleada de bandas hardrockeras de pulso y espíritu angelino, quizá ahora el cuarteto Storider pueda encabezar una nueva hornada.

Three legs of trouble (Trustkill, 2008), su primer disco, recupera la corriente gamberra de aquellas bandas americanas, además de la de otras precedentes con origen en Gran Bretaña (Nazareth, a quien le toman prestado un tema) o el ritmo contagioso de los Cult de la época del Sonic Temple. Los riffs son musculosos, como los remolinos de wah wah o las elásticas cuerdas vocales de su cantante, Matt Tanner. No hay medios tiempos de frenada. Nada nuevo bajo el sol, cierto, pero uno se alegra de que alguna música nunca muera.

Nota: 8/10

miércoles, abril 02, 2008

BOOTLEG SERIES 11: THEME TIME RADIO HOUR WITH YOUR HOST BOB DYLAN

La radio, por unos días, me ha vuelto a hacer preso de su sonido, su clima, su intimidad. Hacía mucho tiempo que no me absorbía por las noches, sólo acudía a ella casi a diario por motivos profesionales o en algún momento en la carretera en el que su oferta musical me animaba a convertirla en corta compañía. Pero desde que descubrí, de buceo y navegación, que los programas que Bob Dylan conduce cada semana en una emisora estadounidense están al cómodo alcance de cualquiera, las ondas me han tragado no sólo en las sesiones del maestro, sino en la complicidad cercana que la radio establece con sus pacientes oyentes.

Acaba de publicarse Theme Time Tour Radio with your host Bob Dylan (ACE, 2008), un recopilatorio de medio centenar de canciones pinchadas por DJ Dylan en su espacio radiofónico semanal en la XM Satellite Radio. Ante su micro el autor de Minnesota escoge en cada hora de programa variadas canciones de décadas distintas, a veces intercaladas con diálogos de películas, para dedicarle un homenaje musical a un tema genérico de lo más sugerente: unas días es el alcohol, otros la escuela, el tiempo, el agua, el café, la comida, las flores, el diablo, las lágrimas… En cada tópico encuentra el autor-locutor una gama variopinta de canciones de blues, country, soul, rock, gospel, jazz o bluegrass que pueden conducir a quien escucha desde los campos de algodón de Mississippi hasta los desfiles carnavalescos de New Orleans o las salas de fiesta de Las Vegas, siempre con el tema escogido como hilo conductor.

Este doble disco sólo incluye algunas canciones seleccionadas por Dylan a lo largo de la primera parrilla de programas que ha presentado en los últimos dos años. Contiene temas poco oídos u olvidados, joyas desconocidas de artistas de primera, segunda o tercera línea (Otis Rush, James Carr, The Clash, Bo Diddley, Eddie Noack, The Modern Lovers, Dinah Washington, Mingus, Aretha Franklin, Memphis Slim…), una gran parte de ellas, manjares que es un placer descubrir. Lo que se echa en falta es la propia voz de Bob Dylan presentando cada corte, envolviéndolo en su entorno con su voz cansada pero cálida, con el encanto nasal de un timbre siseante que nos traslada a tiempos que nunca vivimos y engrandece al mismo tiempo la fascinación de la radio. Os lo recomiendo de verdad, buscad uno de estos programas y dejaros capturar por el DJ Dylan y una música que también es su música.