Procuro
huir de los extremos. No pierdo la fe en encontrar algún soplo de
aire en la música que me ahoga y asumo que los intocables van a
defraudarme en algún momento, como
así ha ocurrido.
Con Radiohead es fácil dejarse llevar por el extremismo, sobre todo
negativo, como se ha encargado de suscitar en las últimas dos
décadas gran parte de la prensa musical solo por el hecho de
glorificar sus trabajos; también
desde
que empezaron a ser frecuentes, a consecuencia de ese
fervor periodístico y en terrenos de inclinaciones más
rockanroleras, las afirmaciones con intención de sentencia de que
Radiohead es la banda más sobrevalorada que existe. A mí no me
gustan, en general no me gustan, aunque debo decir que sí me agrada
el álbum In rainbows (2007), o al menos el recuerdo que tengo. No
profundizo más, no soy experto en el grupo tras haber escuchado la
mitad de sus discos y de poco vale a estas alturas la opinión de un
blog. ¿Los más sobrevalorados? No me atrevo a decirlo. Si Radiohead
pasa de nuevo por este blog se debe a que no he podido resistirme a
escuchar su último disco por haber estado acompañado de una
sorpresiva fórmula de lanzamiento.
A
moon shaped pool (2016) es un ejemplo perfecto de música a la que le
encaja la etiqueta de 'art rock'. (¿De verdad art rock?, ¿el resto
de rock es cualquier otra cosa menos arte?) Entendamos el concepto
(abierto
a cuantas interpretaciones se quieran) como
elaboración
sofisticada y trascendente de la creación musical desde el punto de
vista estético.
Este disco crea
atmósferas nubladas
y reposadas,
una
continua sensación de incómodo hormigueo y
contiene
piezas musicales que
demandan
paciencia
y entregada
atención.
No
me gusta. Y
si no me gusta es precisamente por aquello
que no me gusta de
la
mayoría de discos de Radiohead que he escuchado: por el profundo
aburrimiento y la sombría sensación de desesperanza que produce su
artística música.
Nota:
sin nota
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