Conviene
tener presente que los tiempos mediocres de un músico, por los que
inevitablemente pasan casi todos los mejores, no deben ocultar o
hacer olvidar sus días más lúcidos. Pensemos en Stevie Wonder, al
que se le han de reconocer las geniales virtudes de un manojo de
brillantes discos en los años setenta. Innervisions (1973), por
ejemplo. Stevie había dejado atrás sus éxitos juveniles y
adquirido, además de una imagen más sombría, prestigio y poder en
la Motown, tanto como para discutir a Berry Gordy la viabilidad de
sus proyectos. En aquellos años EEUU luchaban consigo mismos,
divididos por furiosas desigualdades de raza y clase y en ciudades
donde hervía el odio y la violencia. Wonder se volcaba entonces en
una música más comprometida con las injusticias en medio de la
falta de esperanza.
En Innervisions él se encargó
prácticamente de todo, tomó el control. Parió una sublime canción
protesta, Living for the city, brutal relato de la crueldad de la
ciudad y la ausencia de futuro prometedor (“Fue a votar, pero para
él no hay solución”, canta Stevie sobre su protagonista negro,
esclavo de New York City), un drama que expresó con una demoledora
descarga musical. A niveles tan altos llega también otra obra
maestra como Higher ground, vibrante colocón sonoro. Bastan estas
dos canciones para convertir este álbum en todo un imprescindible.
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