Habría
sido la quinta vez si me hubiera apuntado a verlo. Cada una tuvo su
propia historia, su irrepetible
encanto. Cada vez parece
más
titánico,
Bruce nunca defrauda. Ahí arriba no tiene rival. Él
manda.
Decían que ahora tocaría The river entero y no fue así, se dejó
algunos temas en el camerino, aquellos que habrían
rebajado
la
gracia de
la fiesta. Algunos
pusieron reparos
por no
recuperar unas pocas canciones.
¿No saben que nada hay sagrado? Habría
estado bien verlo de nuevo.
The
river (1980) es
de aquellos discos que me supe de memoria. Me metía en las fotos con
la
banda alegre en las calles, y corría por las letras persiguiendo la
voz de Bruce, entraba
en las historias de su gente humilde.
Aún
tengo a mano el vinilo. Me
parecía perfecto. Hoy,
bueno, no diría que es perfecto, sino
un gran disco.
Quizá el sonido, la percusión atrás, los teclados chispeantes que
no se sabe bien qué tienen que decir,
una o dos guitarras que echan en falta a otra, o que simplemente
antes
había un Bruce colosal y después
seguimos escuchando mucho a otro
Bruce casi siempre brillante, y nos lo conocemos demasiado bien.
Fascina y a menudo descoloca
regresar tiempo después a lo
que tanto disfrutamos un día.
Cambia
tanto ello como nosotros aunque una o las dos cosas nos cueste
admitir. Pero no lo bastante como para dejar de gozar con The ties
that bind, Two hearts, Stolen Car, The price you pay, Drive all night
o The river.
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