Una muestra de pulido
mestizaje. La chica lleva sangre africana y caribeña, vino al mundo
en Canadá y se empapó de la música folk de los Apalaches en West
Virginia. Kaia Kater tiene 22 años y en un solo día grabó en
Toronto Nine pin (2016), su segundo álbum. Percusión mínima, una
voz que ahonda en tradiciones orales para liberar espíritus
ancestrales e historias legendarias y entrega a un instrumento, el
banjo. Pero de aquella manera. Las cuerdas, acariciadas, adoptan un
papel más bien rítmico, un protagonismo rezagado, al dejarse
acompañar las piezas de instrumentos de viento en clave
desenchufada: una trompeta distante, un saxo al trote, o la vibración
de un violín doliente. Si Kaia retorciese un grito diría a veces
que la firma es del Tom Waits más rústico. La música adquiere un
tono misterio, por momentos fantasmagórico. Pesa su desnudez en el
disco, pero lo salpican unos cuantos temas redondos. Un
descubrimiento inquietante.
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