Crujen
guitarras, chirría un saxofón, inquietan percusiones, raspa un
violín, arañan teclados y alerta y se expande una voz que deja en
suspenso su eco. Gran parte de los discos de PJ Harvey mezclan
sonidos y sentimientos de esta manera, en una misma canción o en el
conjunto del álbum. Ocurre en su último trabajo, The hope six
demolition project (2016), o en el anterior Let England shake (2011),
disco demoledor con el que su nueva muestra comparte radiografías
críticas y peregrinajes por la denuncia y el sonrojo.
Así, es difícil que PJ siembre la indiferencia. Todo lo contrario.
Un
extraño y adictivo encanto transmite su música, su discurso y la
propia trayectoria que la británica ha moldeado desde que a finales
de los ochenta saliera de la granja para colgarse una guitarra y
gritar
unas cuantas crudas verdades.
Su
obra expulsa suciedad y virulencia
en dosis calculadas,
aunque también se suaviza para recogerse en incómodas reflexiones.
Por eso conviven el
punk, el rock, el pop y
un blues un tanto bizarro en una propuesta que alumbra discos
brillantes (Dry, To bring you my love, Stories from the city, stories
from the sea) y también frustrantes (White chalk, A woman a man
walked by). Como ocurrió hace cinco años, ahora con su nuevo
proyecto, Polly Jean Harvey me seducirá durante unas semanas.
2 comentarios:
falta la nota?
Aludo al último disco al hacer una reflexión sobre la figura de PJ Harvey, el post no se trata de una reseña del álbum. Pero si tuviera que puntuarlo le daría un 7. Saludos
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