El
rock and roll crea estrellas frágiles, juguetes que se rompen con
facilidad. Algunas son débiles instrumentos en manos de fenómenos
incontrolables o seres abocados a la soledad más cruel, la que se
agacha tras la apariencia de festiva compañía. Janis Joplin era
todo eso: estrella, juguete, instrumento, fenómeno y una persona
hundida en la soledad después de cada fiesta. Dejó otro hermoso
cadáver a los 27 años, en 1970, y una vida que detrás de las risas
y el exceso fue desesperadamente triste.
Se
aprecia esto en Janis. Little girl blue, documental dirigido por Amy
Berg y narrado por Chan Marshall en la voz que pasea por las líneas
de las cartas escritas por Janis cuando dejó su Texas natal, se
adentró en la florida San Francisco y se embarcó en una carrera
musical de fulgurante éxito y prematura destrucción. El film toma
para el título uno de sus temas más demoledores, colofón de un
relato que no cuenta casi nada que no supiéramos y explora con
demasiada rectitud la clásica historia de artista sorprendente que
encuentra su sitio deslumbrante en el circo del rock y acaba vencida
por el torbellino en que se juntan el ascenso, la caída, las drogas
y el alcohol.
Janis
quería ser feliz, lo gritaba desesperadamente en sus cartas. Su risa
escondía una profunda pena. Eso falta en el documental, garra y
desesperación, mejor mostradas en el también reciente Amy, sobre
Amy Winehouse, otro juguete estropeado y al final roto.
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