La
música, la buena la mala y la que no es ni mala ni buena, me parece
un milagro. Sobre todo la buena de verdad. Tantas veces. O una obra
extraordinaria en la que conviven la destreza y los sentidos del
ritmo y la melodía y la personal idea de la belleza. De noche ahondo
en la piel de las canciones y la música, atento a cómo armonizan
instrumentos y ruidos y las voces cosen piezas de porcelana. Me gusta
creerme por un momento o dos que en mis manos y en mi cabeza dirijo
en el trono tras el cristal las pistas que recogen las palabras y los
sonidos atados, que escojo a los músicos adecuados y de ellos
extraigo sus instantes perfectos.
A
Ethan, Larry, Rick, Craig, Brendan, Tucker, Glyn, Daniel, T-Bone, Joe
y muchos otros que están detrás.
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