Regreso al jazz para tener hambre de Miles Davis, de quien el actor Don Cheadle ha protagonizado, coproducido, coescrito y dirigido un biopic titulado Miles Ahead, de previsible estreno este año. Este es también el nombre de un álbum que Miles grabado a mediados de 1957 con Gil Evans al frente de una orquesta en una época en las que las grandes formaciones de jazz empezaban a desaparecer o a perder la popularidad de las décadas anteriores y el género se asentaba en nuevos esquemas o exploraba territorios con más tendencia a la experimentación, como se comprobaría unos pocos años más tarde. En el combo que interviene en Miles Ahead ya había gigantes como Paul Chambers, Art Blakey y Philly Joe Jones, hermanados al servicio de una música sin edad, fina y dinámica, el sonido de unos tiempos que nunca fueron nuestros.
Uh, Miles.
Hacía tiempo que no volvía a él. He escuchado un buen lote de sus discos en
todas las etapas y, salvo las flojas décadas de los ochenta y parte de la de
los setenta, me cuesta decantarme por el Miles de una época concreta, aunque me
encanta su segundo quinteto clásico a finales de los sesenta. Siempre he
sentido que su trompeta llegaba a mí como el discurso apacible de los elegidos,
la voz de una sabiduría y genialidad prodigiosas, palabra sagrada. Y eso se
aprecia en Miles Ahead. He escuchado bastante jazz y sin embargo me cuesta
hablar o escribir de jazz. Prefiero entrar, escuchar y perderme.
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