Ni
Talking Heads ni David Byrne me han chistado nunca, y eso que al grupo
neoyorquino le he dado oportunidades de sobra para encontrarle su gracia. Pues
no, no hay manera. En cambio hay una o dos canciones suyas que de algún modo bromista
y misterioso me parecen simpáticas y cargadas de encanto. Una de ellas es This
must be the place. Ayudó a un nuevo flechazo que su título fuera también el de
una película de Paolo Sorrentino estrenada el año pasado, una especie de fábula
de carretera a lo Wim Wenders donde un Sean Penn con la facha trasnochada de
Robert Smith se persigue a sí mismo en un entorno desconocido.
Aquí
tenemos a Byrne en 2004 sin los Talking Heads, pero con muchos músicos a su alrededor,
haciendo ingenua y entrañable This must be the place y su pegadizo ritmo.
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