Con el disco del huevo, A ghost is born (2004), Wilco dio un paso más adentro en el terreno de la experimentación explorada dos años antes con el celebrado Yankee Hotel Foxtrot. La banda se alejaba más del confort de la esencia americana de sus semillas y se explayaba por ambientes menos confortables, impredecibles, donde alternaba la suavidad con la distorsión, con temas que arrancaban sin que el oyente supiera qué dirección tomarían. Jeff Tweedy, entonces con la cabeza poco estable, entraba en las canciones de puntillas y dejaba que la música fuera dilatándose o erupcionando. Aún faltaban por llegar las guitarras climáticas y nerviosas de Pat Sansone y Nels Cline, pero se estrenaban los inquietantes paisajes que salían de los teclados de Mikael Jorgensen.
Es un disco desconcertante este del huevo, del fantasma naciente. Dos cortes van más allá de los 10 minutos, entran en trance con desigual fortuna, pues uno se permite el capricho de hacer sonar un pitido en distorsión. Otros acabarían convirtiéndose en fijos de los repertorios en vivo, como la beatleiana Hummingbird o la hechizante Handshake drugs. Caerían en el olvido pequeños tesoros como Theologians o Company in my back, que anticipaban aún a distancia las texturas más reconocibles de la banda. Sigo sin agarrarme bien a este álbum, al que veo como el capítulo de transición hacia la etapa más luminosa de Wilco.
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