Las emociones que desprende un disco a través de la imagen de su portada no siempre acompañan con su escucha. La obra de Chris Eckman en solitario sí consigue esa sintonía: la música que te sugiere la fotografía principal de sus álbumes cuadra con lo que escuchas: una paz general alterada por algún ajetreo oculto en la distancia, aislamiento, reposo. Coged su última muestra, The land we knew the best (Glitterhouse Records, 2025). La cinemascópica imagen de una cabaña solitaria entre los troncos apilados delante y la profundidad de un bosque que se hunde en un valle guarda un disco de temblorosa belleza, probablemente el mejor de su carrera: un nuevo acto de fe para quien admira a este músico superlativo al que una vez, ya lejos, conocimos en los Walkabouts.
Precioso álbum el de esta tierra que parecemos conocer tan bien. Esa imagen frontal es un paisaje de Eslovenia, donde reside desde hace años Chris, donde se rodea de músicos de la capital para su música más privada, que llega como un susurro y se queda como un escalofrío. Tiene una sabia profundidad este trabajo, emerge con solo escuchar cómo flotan o hierven Genevieve, Buttercup o Laments, con solo dejar que Chris Eckman lo abarque todo con la voz de la experiencia.
Nota: 9/10
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