Con
Norah
Jones soy de los
que se alienan a su lado. Desde el primer día, cuando su inocente
voz sobre el tibio piano que sedaba el álbum Come away with me
(2002) descubría a una joven pianista recibida por la puerta grande
del jazz vocal para todos los públicos. Casi una cría era (23
años), con el recelo que provoca la frescura desconcertante de la
juventud en terrenos de tan largo recorrido y de círculos elitistas
(en ocasiones intransigentes) como el jazz. Cierto que el producto
era fácil, comercial, bien fabricado para el estómago complaciente
de pijos, modernos, demás gente cool y oyentes poco exigentes,
vómito de puristas del género y puristas en general. Han pasado los
años y hemos escuchado a una Norah Jones cada vez más adulta, sin
subirse aún a trampolines altos ni desmarcarse de fórmulas
eficientes, pero con discos cada año mejores, hasta la cima en la
que se incrusta esa joya más arriesgada que es Little broken hearts
(2012). Day breaks (Blue Note, 2016) nos devuelve a Norah en modo
cool, arraigada a sonidos y climas que flotaban en su primer trabajo
pero con más cuerpo y oficio, más liberada ella con aproximaciones
más directas a un jazz menos cómodo o inclinaciones al rock
acompañado de vientos. Entre el grupo de compañeros de estudio,
ojo, contamos a gente como John Patitucci, Tony Scherr, Lonnie Smith,
Brian Blade y Wayne Shorter. Más que bien.
Nota: 7,5/10
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