En dos posts de 2006 se
escribió sobre este canción extraordinaria. Hasta hoy diría que no
la hemos vuelto a escuchar. Por aquella época la serenata de Nueva
York despedía algunas noches de fin de semana, como escribía el
autor de aquellos posts. Andaba herido, con el veneno arañando su
nostalgia. Y de madrugada, arrimado a los altavoces, se metía esta
canción en el cuerpo hasta quedarse dormido. Sentía por sus
entrañas que él estaba allí, en Broadway y Manhattan, en las
calles que Springsteen caminaba o recorría al volante, con los tipos
raros y las chicas guapas que se cruzaban a su paso… Quizá porque
quería huir lejos, vivir en una ciudad que conocía por los libros y
las películas, por las canciones, sin tener la más absoluta idea de
que allí se vería tragado por una jungla feroz.
Aquel era el Bruce que
apuntaba al sillón de jefe, un tipo flaco y menudo de barba y
cabellos alborotados que hacía unas canciones excitantes,
descomunales, como Kitty’s back, Incident on 57th Street o New York
City Serenade, una rapsodia que arrancaba con el piano melancólico
arrastrado en la madrugada y se daba una ducha al amanecer, al que
seguían guitarras electrizantes y vientos apasionados y terminaba
con el fundido emocionado de cuerdas borrachas de añoranza.
El Boss y su banda recuperaron
esta serenata en sus últimos conciertos, más de cuarenta años
después de haberla grabado. Incluso abrieron con este tema a plena
luz del día, invitación desfasada a un viaje al pasado. Ahora, el
autor de aquellos posts ha vuelto a escuchar NYCS en vivo en una de
esas actuaciones, y se le han escapado unas lágrimas. No, no estaba
pensando en diez años atrás ni echaba de menos sensaciones
imaginadas. Solo pensaba en lo triste que se sentirá algún día
cuando Bruce y su banda ya no interpreten su serenata de la ciudad de
Nueva York.
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