La escucha del disco abajo
comentado de Dylan Leblanc encendió el jukebox de la nostalgia. Hubo
una temporada en la que ponía este álbum de Neil Young, Comes a
time (1978), una y otra vez. El autor enfilaba el final de una década
musicalmente brillante con una excursión a sus raíces rurales.
Podría creerse que la obra salía de sus entrañas y se facturaba en
terrenos domésticos, pero en realidad había sido grabada en seis
estudios, con cuatro productores y más de una veintena de músicos.
Parece en cambio que Young se había juntado con sus músicos más
cercanos para registrar una decena de canciones entre barbacoas,
siestas prolongadas y consumo generoso de canutos entre las vallas
que delimitan una granja. Al entrar en este disco, tierno y pacífico,
sigo desplazándome a lugares aludidos y sobre todo a ambientes
leídos y vistos en novelas y películas o documentales: praderas,
ganado, tierras de cultivo, vidas humildes y anónimas, el tiempo que
corre despacio. Contiene
maravillas: Already one, Peace of mind o esas joyas irresistibles con
Crazy Horse: Lotta love y Look out for my love.
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