Hubo veces en las que el cine me dejó sin ganas de volver a ver películas. No me satisfacían, me hartaban o no conseguía yo encontrarles virtudes a su lenguaje ni a sus presumibles encantos. Solía ocurrir tras una racha de mediocres, malas o inútiles películas. Otras veces el cine y todo su poder, su conexión tan íntima con la vida, me quitan las ganas de ver más películas porque me cuesta pensar que encontraré otras tan buenas, tan inmensas como las últimas que he disfrutado.
Momentos: un
padre que explica la grandeza de una canción de Wilco o regala la genialidad de
los Beatles; un baño en la montaña; una partida de bolos; un corte de pelo que nos
hace parecer ridículos; fotografías; una bronca de mamá; un amanecer en una
azotea; preguntarse de qué va todo esto; una canción dedicada a un chico que ha
crecido; los viajes de la vida. El tiempo y los momentos nos explican.
El cine. Alguien
ha tenido la brillante idea de reponer el mayor homenaje al propio cine que el
cine ha brindado. Mis lágrimas me nublaron la vista hace 25 años delante del
televisor. Ahora también en pantalla grande. Crecemos pero seguimos siendo
vulnerables. Por amistades eternas y pasiones inmortales. Por un haz de luz que
sale de la boca de un león de piedra y cuenta una historia sobre una sábana
blanca. Por la búsqueda del amor. El tiempo que pasa.
Boyhood y Cinema
Paradiso. Patrimonio de la Humanidad. ¿Hay algo mejor?
1 comentario:
Me muero de ganas ...
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