En vísperas de conocer a Llewyn Davis leo las líneas finales de una crítica y comparto una sensación: “…como una canción folk, de esas que nunca fueron nuevas pero nuncase harán viejas”. A veces caigo por esos terrenos, por las llanuras interminables que los trenes cruzan y el folk describe con una guitarra acústica y un lamento desafinado. Los emblemas del folk americano no fueron buenos cantantes pero de sus pulmones salía la voz más arraigada a la tierra y la expresión más auténtica, aunque algunos jugueteasen con el mito que crearon. La estela imborrable de la cultura popular aún revive cuando menos te lo esperas la denuncia chispeante de Pete Seeger, las heridas crujientes de Dave van Ronk, el quejido polvoriento de Woody Guthrie o el relato amable de Ramblin’ Jack Elliot.
Cierto, las folk
songs no pertenecen a ningún tiempo, en todo caso a una época muy lejana que la
imaginación nos acerca. A ellas han vuelto y siguen volviendo músicos de los más
variados géneros con versiones o creaciones propias (Beck, Mavis Staples, Springsteen,
Gillian Welch, Tom Jones, Robert Plant…) para no perder de vista sus orígenes.
A ellas vuelvo en ratos de melancolía distante.
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